LA IGLESIA PEREGRINA CON ESPERANZA
Poco a poco nos hemos acercado al final del año litúrgico y podemos decir con el Evangelio de Marcos que “todo pasará, menos la Palabra de Dios”.
“Cuando Cristo vuelva glorioso todos sus enemigos serán puestos bajo sus pies” (Cf. Hb 10,14) es lo que decimos con fuerza parafraseando la carta a los Hebreos, porque Cristo Jesús, con su único sacrificio está sentado a la derecha de Dios perdonando y salvando en todo momento a aquellos que se le acercan.
Con un lenguaje apocalíptico (extraño y enigmático para nosotros pero que, ante momentos de crisis, ofrece ánimo y consuelo), la Palabra de Dios nos anima en nuestra fe al describirnos el final de los días: “Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas por toda la eternidad” (Dan 12,1- 3).
LO QUE IMPORTA ES LA CALIDAD NO LA CANTIDAD
Vivimos tiempos de espera ante la segunda venida del Señor y ello nos exige mantenernos en actividad continua a favor de unos y otros. No podemos esperar cruzados de brazos y sin hacer nada, sino en actitud de servicio y búsqueda de lo que nos hace más felices. Ello nos apremia y es tarea día a día.
Por eso, hoy, vamos a centrar toda nuestra mirada en la enseñanza que Jesús quiere hacernos a través del Evangelio. Una enseñanza que podemos concretar en las actitudes y acciones de las dos viudas que nos aparecen en la primera lectura y en el Evangelio. Son dos comportamientos generosos que nos quieren indicar que Dios multiplica cuanto damos a los pobres o compartimos con ellos (1Re 17,10-16) y, que vale más ante Dios una cantidad mínima dada con amor generoso que mucho dinero dado con ostentación interesada (Mc 12,38-44). Esto es así porque el mismo Jesús es el punto de referencia al ofrecer su existencia entera para la salvación de los que en Él esperan (Hb 9,24-28).
Evangelio según Marcos (12,28b-34)
En aquel tiempo, 28 un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
–¿Qué mandamiento es el primero de todos?
29 Respondió Jesús:
–El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: 30 amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. 31 El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos.
32 El escriba replicó:
“EL AMOR NO PASA NUNCA”
Si buscamos un elemento común, un mensaje común que se repita en la Palabra de Dios, descubrimos que es la experiencia permanente del Amor la que ocupa muchas líneas. Más importante que cualquier práctica religiosa, que cualquier procesión, que cualquier rosario, que cualquier Eucaristía, es el amor. Toda la Biblia está impregnada de ello y se nos recuerda constantemente. Es como un memorial continuo que se ha de repetir y transmitir de generación en generación (Dt 6,2-6) porque esa experiencia es el compendio de todo el mensaje que Jesús vino a ofrecer (Mc 12,28b-34) y que él mismo vivió como experiencia fundante de su propia vida. Por vivir radicalmente su vida, ofreciéndose una vez para siempre, por amor, “tiene el sacerdocio que no pasa” (Hb 7,23-28). Un amor a Dios y, por ende, también al prójimo, sin distinciones ni discriminaciones. Un amor, que es raíz de toda ley y de toda práctica religiosa. Así, el estribillo del Salmo 17, ofrece la respuesta del creyente: “Yo te amo, Señor”; contigo y desde ti me comprometo a amar a mis prójimos.
Lo hemos comentado otras veces, pero nunca es suficiente, pues el amor es insaciable, “cuanto más se da, más abundará” cantamos en las celebraciones.
Evangelio según Marcos (Mc 10,46-52)
En aquel tiempo, 46 al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. 47 Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
–Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.
48 Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
–Hijo de David, ten compasión de mí.
49 Jesús se detuvo y dijo:
–Llamadlo.
Llamaron al ciego, diciéndole:
LAS PROPIEDADES CURATIVAS DE LA FE
La pedagogía de Dios mantiene viva la esperanza de todo el pueblo que él ha escogido como heredad: los exiliados volverán a la patria reuniendo a los dispersos –“os congregaré de los confines de la tierra”- y seré para ellos un padre (Jer 31,7-9). El salmista nos invita a repetir en todo momento que, “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 125,3); alegres porque al llanto le sucede el canto, porque Dios cuenta con nosotros y no nos abandona. Alegres porque la última palabra de Dios sobre la tierra y el destino del ser humano no es la muerte y la desesperación, sino la vida y, la vida en abundancia. Esta esperanza se mantiene viva por la fe y por eso, podemos decir que, la fe tiene propiedades curativas, propiedades de consolación, propiedades de esperanza, de estímulo, cuando se vive en profundidad y sin infantilismos. Pero, es en la persona del Hijo (Jesús), “Sacerdote eterno según el rito de Melquisedec” (Hb 5,1-6) donde somos acogidos por Dios. Nosotros, como el ciego Bartimeo que nos presenta el Evangelio, caminamos con fe detrás de Jesús. Una fe que nos hace ver con claridad y nos da fuerzas para seguirle en cualquier circunstancia.