REFLEXIÓN: DOMINGO TREINTA DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C- 2025

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Moisés Mesa López diócesis de Granada

Reflexión domingo día 26 de octubre

El Evangelio de hoy va dirigido a los fariseos aquellos que creyéndose justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás. Vemos que en el Evangelio aparecen dos protagonistas, por un lado el fariseo y por otro el publicano.

Vemos que Jesús desconcierta a todos los que lo oyen, ya que nos plantea esta contraposición tan tajante, ya que esta presentado a dos personajes que son la antítesis de la sociedad judía, el perfecto cumplidor de las normas, considerado justo ante todo el pueblo y ante sí mismo, frente al publicano, tachado de ladrón, marginado social.

En este contraste, también están representados dos tipos de religiosidad. Por un lado la del fariseo, que representa el modelo autosuficiente de una piedad meritoria. Su oración a Dios parece ser un agradecimiento, pero no es así. Solo está presentada ante Dios una carta de presentación ensalzándose a sí mismo. A todo esto hay que sumarle el desprecio al prójimo, especialmente al publicano que está a su lado. Porque a diferencia de él todos son pecadores.

El publicano, nos muestra una oración muy diferente. Lo primero que hace es reconocerse pecador y culpable ante Dios. Se da cuenta que el encuentro con Dios, hace que se mueva a la conversión. El no puede presentar logros, sino que se presenta ante Dios con un corazón quebrantado y humillado.

El asombro llega en el desenlace final. El publicano vuelve a su casa justificado por Dios y el fariseo no. Esto se debe a que, a diferencia del publicano, el fariseo no se siente culpable ni necesitado de nada. Eso es lo que le cierra a la salvación de Dios.

El fariseo se presenta como rico de méritos ante Dios, sin embargo, el publicano se presenta como pobre. Esto es precisamente, lo que le gana el corazón de Dios.

El problema radica es que el fariseísmo sigue estando presente. Esta actitud religiosa, nos impide vernos como realmente somos, por lo tanto falsea nuestra relación con Dios y con los hermanos. Todos poseemos parcelas personales de fariseísmo, incluso a veces reconociéndonos pecadores sin creérnoslo. Una falsa humildad que es la forma más refinada de orgullo.

Ante esto solo cabe hacer una reflexión personal y caer en la cuenta de donde se asienta nuestra fe. Si se fundamenta en el cumplimiento de normas, desarraigando la fe del amor de Dios, caeremos en lo mismo que el fariseo. Ya que lo que le agrada a Dios no es otra cosa que la entrega incondicional de la vida a su servicio, esto está fuera de normas y leyes, sino que se vive desde el amor experimentado y vivido en el día a día.

Por lo tanto ¿Cómo me presento yo ante Dios?