REFLEXIÓN: DOMINGO VEINTIOCHO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C- 2025

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Moisés Mesa López diócesis de Granada

 

Reflexión del domingo 12 de octubre

Este Evangelio me trae al corazón dos puntos de vista. El primero es el vivir desde el asombro. Porque, en ocasiones, los cristianos vivimos desde el desánimo. Caemos en el error de mirar la vida desde una perspectiva mundana y puede ser normal. Porque miremos por donde miremos, parece que las noticias que nos llegan son tremendas: guerras, hambre, polarización social, individualismo, falta de vocaciones, templos vacíos… pero no todo es así, en nuestro día a día vemos la mano de Dios que actúa en nuestra vida. Pero la cuestión es como la interpretamos.

Puede ser que nos hayamos acostumbrado a todo lo bueno que Dios nos da y que, por lo tanto, ya no le demos importancia, el encuentro con el pobre, la visita a los enfermos, vivir la fraternidad sacerdotal.

Por otro lado, que nos creamos merecedores de todo, como es el caso de los 9 leprosos que no se dan la vuelta para dar gracias a Dios. El único que se vuelve es el extranjero, que no se sentía merecedor de nada, que no esperaba nada. Esto nos tiene que hacer reflexionar, si hemos hecho de lo extraordinario, algo ordinario, y es bueno preguntarse ¿Qué lugar ocupa en mi vida los sacramentos, la oración, el estudio de Evangelio? Porque realmente los cristianos somos unos privilegiados de tener a Jesús tan cerca en cada acontecimiento.

Pero entonces ¿Por qué la falta de esperanza que se vive en muchas ocasiones? ¿Por qué una enfermedad, o la muerte de algún familiar querido aleja a algunos cristianos de Dios? Posiblemente porque no hemos sabido explicar todo lo que hace Dios por nosotros. Posiblemente porque busquemos un genio de la lámpara, más que un Dios que nos da la salvación.

Por otro lado el problema que tenemos en España con la aceptación de la inmigración. En el Evangelio vemos que el mismo Jesucristo es inmigrante, al tener que huir a Egipto, y que el mismo Jesús no cierra su corazón a nadie, ni a samaritanos, ni la mujer cananea, ni el centurión romano… al final se nos olvida que el cristianismo se abre a todos desde el momento en que Jesús nos dijo “id al mundo entero y proclamad el Evangelio”. Proclamad el evangelio no es solo predicar, sino es amar, practicar la caridad, acoger, acompañar, guiar, ayudar, teniendo clara una cosa, nosotros no somos salvadores de nadie, Cristo ya vino hace dos mil años a salvarnos, nosotros tenemos que seguir construyendo el Reino de Dios, un Reino de amor, justicia y paz.