Josep María Romaguera i Bach. Diócesis de Barcelona
La fe que nos hace confesar que el Crucificado ha Resucitado y nos permite “escuchar” la Escritura como Palabra de Dios, es la misma fe que nos permite reconocer en el otro a un hermano. Es la misma fe que nos hace reconocer a Dios mismo en el pobre concreto que cuestiona y molesta, y acogerlo fraternalmente. La misma fe que nos hace confesar que en la Eucaristía recibimos el Cuerpo de Cristo, aunque la comunidad celebrante no siempre sea ejemplar y coherente en todos sus miembros.
Notas por si hacen falta
Notas sobre la finalidad y algunas expresiones del texto
- En esta parábola no tenemos que buscar una enseñanza sobre el más allá. Lo que quiere enseñar es que el uso inadecuado de los bienes materiales deshace la vida de una persona. Conviene recordar el texto del pasado domingo y leer lo que hay entre los dos y que el leccionario ha omitido (Lc 16,14-18).
- Además, esta parábola da la Buena Noticia de la predilección de Jesús por los pobres. Lucas es muy sensible a esta predilección de Jesús que revela la opción preferencial de Dios a favor de los necesitados y desvalidos (Lc 4,18; 7,22; 14,13.21; 19,8).
- Lucas dice con firmeza que los pobres poseen el Reino en propiedad (Lc 6,20) y, por lo tanto, la felicidad recaerá sobre ellos. La proclamación de ¡dichosos! sale de la boca de Jesús, enviado a evangelizar a los pobres (Lc 4,18). Los pobres son dichosos, no por el hecho de ser pobres, sino porque Dios está de su lado.
- Algunas expresiones que utiliza Lucas que nos pueden sorprender:
- El “seno de Abrahán” (22) es el lugar de honor y de reposo. Más que del paraíso propiamente dicho (Lc 23,43), se trata del lugar del país de los muertos donde descansan los justos, en oposición al lugar de los tormentos de los pecadores (24.26). El destino final del rico y de Lázaro son completamente opuestos y definitivos.
- “Padre Abrahán” (24): Abrahán es el padre del pueblo de Israel (Lc 19,9).
- “Moisés y los Profetas” (29): expresión que equivale a todo el Antiguo Testamento en la medida que éste tiene valor normativo y es recibido como palabra de Dios. Esta Palabra expresa cuál es la voluntad de Dios y tiene que ser suficiente para que quien la escuche se convierta, sin necesidad de ver hechos extraordinarios (30).
Notas para fijarnos en Jesús y el Evangelio
- Jesús, que se dirige a los fariseos, que eren amigos del dinero (Lc 16,14), nos pone a todos ante un retrato de dos vidas opuestas. Dos vidas muy reales y concretas, lo mismo ayer que hoy. Dos vidas que encontramos por todo el mundo: “recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males” (25).
- Absolutamente opuestas en este mundo, la vida opulenta y harta del rico y la vida pobre y hambrienta de Lázaro en la parábola se corresponden a dos situaciones igualmente opuestas más allá de la muerte: “se abre un abismo inmenso” (26).
- Jesús no juzga, sólo constata la realidad. Esto lo hace todavía más duro: mientras haya un solo “Lázaro” en el mundo, la buena vida de un rico es el anti–signo de la bendición de Dios. Dios no crea estas diferencias.
- Una vez constatada la realidad, existe la posibilidad de convertirse y, desde la conversión personal, la posibilidad de transformar, de cambiar la situación. Para hacer posible la conversión, Dios mismo nos da los medios: “Moisés y los Profetas” (29.31), es decir, la Palabra de Dios que podemos “escuchar” (29) en el diálogo entre la Escritura y la Vida.
- Para los cristianos, la Palabra de Dios es sobre todo Jesús y su Evangelio: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). El Evangelio en diálogo con la vida de nuestro mundo, con la vida de cada persona y de cada pueblo, hace viva y presente y activa la voluntad de Dios.
- La parábola pone en relación el tema del desequilibrio injusto entre ricos y pobres con la cuestión de la resurrección (30.31). Pero, por boca de Abrahán, precisa (31): la resurrección no es un juego de ilusionismo, no es una prueba irrebatible del más allá. Todo lo contrario: “no harán caso ni aunque resucite un muerto” (31). La fe en Jesucristo muerto y resucitado nos hace creer que el futuro de vida plena y feliz que Dios quiere dar a todo el mundo, tiene, no sólo relación, sino unidad con el presente, un presente vivido también con Dios. Jesucristo, el que ha resucitado, es el mismo que fue crucificado. No podemos separar a Cristo, no podemos separar el presente del futuro.
- Es decir, el “abismo inmenso” (26) que hay entre el rico y el pobre después de muertos, se corresponde al “abismo inmenso” que existía también en vida. Las dos grandes diferencias son que los papeles se han intercambiado y que el “abismo” ahora ya no se puede “cruzar” (26) –“en vida” (25) sí se podía–.
- La fe que nos hace confesar que el Crucificado ha Resucitado y nos permite “escuchar” la Escritura como Palabra de Dios, es la misma fe que nos permite reconocer en el otro a un hermano. Es la misma fe que nos hace reconocer a Dios mismo en el pobre concreto que cuestiona y molesta, y acogerlo fraternalmente. La misma fe que nos hace confesar que en la Eucaristía recibimos el Cuerpo de Cristo, aunque la comunidad celebrante no siempre sea ejemplar y coherente en todos sus miembros.