Josep María Romaguera Bach. Diócesis de Barcelona
En el Evangelio del próximo domingo encontraremos el diálogo entre Jesús y un hombre muy rico y que practicaba al pie de la letra todos los mandamientos de Dios. Encontraremos, también, la enseñanza de Jesús a los discípulos a propósito de las riquezas.
La actitud de presentarse ante Dios cargado de bienes y de méritos es como decirle a Dios que no se le necesita: ‘ya lo tengo todo, todo me lo he ganado, me he ganado bien la vida en este mundo y me he ganado la vida eterna. Me lo merezco: he trabajado mucho y he sido fiel cumplidor de la religión, incluso dando limosna. Dios no me hace ninguna falta’. En el fondo, esta actitud es una especie de ateísmo práctico, no reconocido como tal, en el cual la figura de un “dios”, que no es el Padre de Jesucristo, tapa la autosuficiencia sobre la que me he montado la vida.
Pauta para el Estudio de Evangelio personal o compartido en grupo
- La posición de Jesús ante los bienes materiales es una cuestión que lo define a Él mismo y define a sus discípulos. En el mundo judío de su tiempo tener riqueza material era un signo de la bendición de Dios. Para Jesús no es así y lo enfoca de tal manera que entra en una contradicción tan grande como que “un camello” pueda pasar “por el ojo de una aguja” (25).
- En este pasaje, como en los de los últimos domingos, Marcos nos hace caer en la cuenta de que después del hecho –en este caso, el diálogo con el hombre rico (17-22)–, Jesús habla de ello con el grupo de discípulos (23-30). Revisan los hechos de vida para extraer enseñanzas y consecuencias. Hoy, esta segunda parte tiene dos momentos: la enseñanza sobre los peligros de las riquezas (23-27) y el diálogo sobre la recompensa a los que han renunciado a ser ricos (28-31).
- Este hombre que se acerca a Jesús (17) busca normas de comportamiento –“¿qué haré?”– para merecer “la vida eterna” –“heredar”–. Quiere ser amo de “la vida eterna” como lo es de muchos bienes (22).
- Posiblemente aquel hombre ha trabajado mucho y los bienes que tiene son fruto de su esfuerzo. Marcos lo presenta como alguien con ganas de ser fiel a la voluntad de Dios (20). Jesús se lo valora. Pero le hace ver que salvo Dios nadie es “bueno” (18) por más que haya sido “cumplidor desde pequeño” (20). Ni Él mismo, Jesús, se sitúa entre los buenos (18). “Los mandamientos” (19) que este hombre ha “cumplido” (20) son pistas que conducen a la vida eterna (Ex 20,12; Dt 5,16), pero cumplirlos no da ‘puntos’.
- Jesús, que “se le quedó mirando con cariño” (21), le hace el regalo más grande que pueda hacerle: lo invita a “seguirlo”, a ir con Él (21). Si los mandamientos no llevan a seguir una Vida, a vivir con Jesús, quedan en nada, nos llevan al legalismo. Seguir a Jesús nos hace ir más allá, a la relación personal con Dios y con las demás personas. Una relación que es gratuita y confiada.
- El seguimiento de Jesús no es un mandamiento más que se añade a los demás, ni un mandamiento nuevo que supera a los anteriores. Jesús invita a pasar de la Ley al Amor; invita a pasar del “hacer” para poseer –“¿qué haré?”– (17) al ser –“sígueme”– (21).
- Jesús invita al rico a desprenderse de todos sus bienes. Y el hombre “se marchó pesaroso” (22). Seguir a Jesús no se puede hacer si no se rompen las cadenas de las riquezas que nos atan. Sobre les riquezas, Jesús enseña que el mejor uso que se puede hacer de ellas es darlas a los pobres. Pero ¡cuidado!: no por darlas a los pobres se gana la vida eterna, que siempre es un don de Dios. Hay que dárselas porque les pertenecen. Y porque cuando se acumulan se convierten en un ídolo que pide culto: estar siempre pendiente de ganar más y de no perder. Las riquezas ocupan fácilmente el lugar de Dios: Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero (Mt 6,24).( La actitud de presentarse ante Dios cargado de bienes y de méritos es como decirle a Dios que no se le necesita: ‘ya lo tengo todo, todo me lo he ganado, me he ganado bien la vida en este mundo y me he ganado la vida eterna. Me lo merezco: he trabajado mucho y he sido fiel cumplidor de la religión, incluso dando limosna. Dios no me hace ninguna falta’. En el fondo, esta actitud es una especie de ateísmo práctico, no reconocido como tal, en el cual la figura de un “dios”, que no es el Padre de Jesucristo, tapa la autosuficiencia sobre la que me he montado la vida.)
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La salvación no se compra, es incompatible con la riqueza (23-25); es un regalo de Dios: gratuita, por lo tanto. A nosotros nos es imposible salvarnos. Pero Dios “lo puede todo” (Mc 10,27; Gn 18,14; Jr 32,17.27; Za 8,6; Jb 42,2; Lc 1,37). Nosotros somos llamados a acoger la vida eterna que nos es dada, y sólo lo podremos hacer con las manos vacías. Si tenemos las manos llenas, si vamos por la vida demasiado hartos, si estamos llenos de nosotros mismos... no podremos acogerla.
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Renunciar a todo (21.28) no se hace porque sí, se hace “por Jesús y por el Evangelio” –es decir, para anunciar el Evangelio (29)–. Se hace por “un tesoro” (21). Quien así lo deja todo, recibe ahora el regalo que es la Iglesia –“casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras” (30)–. Y no se ahorrará dificultades, “persecuciones” (30), las mismas que vivió Jesús. Pero también, como el Resucitado, recibirá el regalo –no el premio– de “la vida eterna”.