Domingo 23º T.O. - C. 2022

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Estudio de Evangelio. Manolo Rodicio Pozo, diócesis de Ourense

Aquel que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

 

4 Septiembre 2022.  Lc 14, 25-33

 

Vivimos en una cultura caracterizada por un profundo hedonismos. Lo imperante es vivir bien, pasarlo bien sin límites de ningún tipo.

 

El Señor en su Evangelio nos hace una propuesta de vida bien distinta. Si no tomamos cierta distancia de la actual forma de ser y vivir, la Palabra de Dios se torna incomprensible. Su propuesta es “aprended de mi” (Mt 11,29). En Él encontramos todo un ideal de vida del que fluyen sus enseñanzas. Por eso su enseñanza tiene fuerza, porque “enseñaba con autoridad y no como los escribas” (Mt 7,29).

 

Por todo eso miramos a Jesús el Cristo, lo contemplamos, nos dejamos seducir por Él y le escuchamos.

 

Estamos en la escuela del discipulado. Jesús va desgranando enseñanzas de cómo ha de comportarse un discípulo suyo. Son enseñanzas concretas y sencillas pero que comprometen toda una vida. Si algo caracteriza a este evangelio de ese domingo es la radicalidad o exclusividad que exige el seguimiento del Señor. No nos resulta extraño que sus palabras suenen también a compromiso total, alejando toda tentación de medias tintas. Nosotros queremos seguirlo, ir tras Él, seguir sus pasos tratando de alcanzarle, nosotros que ya “hemos sido alcanzados por Él” (Filp 3, 12)

 

El texto de este domingo tiene una estructura bien definida: dos puntos de apoyo con una misma enseñanza y una idea fuerte que se quiere subrayar.  El primer punto de apoyo es una invitación a la renuncia (de la familia y de uno mismo) y el punto final es una nueva afirmación sobre la renuncia: “el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío” (v. 33). Son como las columnas en las que se apoya una idea central: echad cuentas, sed prácticos, calculad, sed sabios: “¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?

 

En esto consiste la auténtica sabiduría: renunciemos a todo y carguemos la cruz. Es la receta del Maestro.

“Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”. Grande es la familia pero no es lo más grande. Grande es la propia vida, pero no es lo más grande. Lo más grande es Jesucristo, el Señor. Él es la razón última de todo. El más grande bien. El tesoro que da sentido pleno a una vida. Bien lo entendieron los mejores discípulos de todos los tiempos, los santos, que supieron dejarlo todo, para obtenerlo todo. Incluso entregando la propia vida… para alcanzar Vida Plena.

 

Es imposible que esto entre en nuestras cabezas con razonamientos. Solo desde la experiencia podemos intuirlo e ilusionarnos. Merece la pena.

 

Y en la misma línea, abrazar la cruz. “Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío”. La cruz es un mal. Más aún: uno de los peores males imaginables. Pero hay cruces y cruces. El Señor nos propone cargar con la cruz tras Él, asumir su cruz, “con los ojos y el corazón fijos en Él” (Heb 12,2) La cruz del Señor surge, entonces, de su seguimiento y de embarcarse en su proyecto, que es amor, fraternidad, Reino de Dios. ¡Cuántos cristianos en todo tiempo se anotaron a asumir esta cruz! Son los santos de altar y muchos más anónimos que hicieron y siguen haciendo realidad el plan de Dios. Dios, grande y omnipotente, quiere seguir necesitando de quien le siga, quien se una a él en esta tarea. Yo puedo ser uno más en esta escuela, en esta tarea.

 

Concédeme, Señor, la gracia de ser lúcido, ser sabio. Si lo soy, renunciaré a todo y le seguiré cargando con su cruz. ¿Tendré el arrojo de seguirlo?