Domingo 16º T.O. - C_2022

Visto: 602

Estudio de Evangelio. Antoni Pujol Bosch, diócesis de Mallorca

Vivir de lo fundamental

 

17 julio 2002. Lc 10, 38-42

No hay nada que perder, nada en lo que detenerse, nada en lo que ensimismarse, 

cuando se está en el corazón de la Vida.

(Maestro Eckhart)

 

1) Ver: cuando el Señor acude a nuestra aldea, el pequeño (limitado) entorno social   donde transcurre nuestra vida pública, y también a nuestra casa, el ámbito privado de nuestras relaciones más íntimas, para confirmar el vínculo de amistad maestro-discípulo que él mismo estableció con nosotros, para hacerlo madurar y dar fruto, en ese mismo encuentro, nos confía siempre algún servicio, una misión que realizar en su nombre. Esto es algo muy bien sabido. Y no lo es menos que esa encomienda no se nos hace a título individual, sino comunitario, y por eso mismo, su realización resulta impensable, si no es en el seno de una verdadera fraternidad, que lo sea no solo de nombre, sino que funcione como tal.

 

Pero, de hecho, conozco muy pocos cristianos que se muestren satisfechos con la fraternidad de que disfrutan, y ninguno de ellos es sacerdote. Somos muchos más, en cambio, los que nos quejamos con frecuencia de no haber sido tratados con la consideración y el respeto que merecen nuestra persona y nuestro trabajo. Ante esto, cabe la tentación de empeñarnos en seguir adelante, al margen de la ayuda que uno deja de recibir, confiando en nuestros recursos propios. ¡Mal asunto: lo sé por experiencia! La fraternidad es algo fundamental y no puede ser remplazada por otra cosa. Su falta, y aún más su vacío, jamás lo llena la autosuficiencia.

 

2) Juzgar: nuestras dos hermanas han sido explicadas desde antiguo como modelos contrapuestos de vida activa y contemplativa: Marta o María. Y a veces, como modelos complementarios: Marta y María. Pero pienso yo que el Evangelio nos las propone de hecho como un único patrón integrado de vida cristiana. Tienen casi todo en común y las separa un tan solo paso. Una es el resultado del avance, de la maduración, de la multiplicación y el crecimiento de la otra: Marta, Marta, dos veces Marta, da lugar a María.

 

Marta ha recorrido ya gran parte del camino. Reconoce a Jesús como Señor. Ha vivido y entiende que Él es el don que nos hace de sí mismo un Dios inmensamente bueno, clemente y misericordioso. Mantiene en su entorno relaciones de una alta calidad humana. Trata a María como a su hermana. Acostumbra a prestarle su ayuda y a recibirla de ella. Es acogedora, hospitalaria, generosa. Ha descubierto su vocación. Sabe que el Señor no le regatea la gracia de llenar su vida con un quehacer que le dé sentido. Comparte, sirviendo, toda su energía. Crece y se multiplica para dar a basto con el servicio.

 

De María, el Evangelio señala tan solo aquello que realmente necesitamos saber: tiene ya plenamente consolidadas las actitudes que corresponden a un verdadero discípulo. Ha dejado que Jesús destruya para ella las convenciones sociales que discriminan a la mujer, le impiden el acceso a la educación y la relegan al analfabetismo y al trabajo doméstico: sentada a los pies del Señor, escucha su Palabra. Deja que la Palabra entre en ella y la haga cambiar por dentro y por fuera. Y no permite que nada ni nadie le agüe la fiesta. Anda, pues, un paso por delante de Marta.

 

Marta no entiende como en el desarrollo de la vocación recibida, una puede llegar a encontrarse sola. ¡Ya veis: algo tan habitual y, aun así tan difícil de aceptar! ¿Cómo pueden llegar a dejarte tirada, precisamente esos hermanos y hermanas a cuyo servicio vas gastando tus fuerzas y lo mejor de tus capacidades? Y levanta al Señor su queja, muy justamente, por cierto: ¿no te importa que me hayan dejado sola con el servicio?

 

Pero Jesús se encuentra, precisamente, en ese trabajo en el que se nos abandona, en esos esfuerzos que nadie estima, en esas decisiones en las que se prescinde de nuestro parecer: en la marginalidad, en una palabra, que tanto nos duele. ¡Esta es, me parece, la buena noticia! Jesús da por Marta, y con Marta, el paso que a ella le faltaba, a través de este tipo de cruces. La convoca dos veces: Marta, Marta. Confirma su primera vocación: don sobre don, don multiplicado y crecido hasta su grado más alto, con la mayor intensidad que puede soportar nuestro débil corazón de carne. Esto es el per-dón. La libra de sus inquietudes y la introduce en el gozo de lo único que es necesario, de la parte mejor, de aquello que nadie puede quitarnos.

 

No ha sido la imaginación estimulada por mis carencias afectivas, ni mi deseo. No han sido mis nervios, ni mis angustias, ni mis ansias, ni mi cansancio, ni esas viejas heridas que no dejan nunca de supurar amargura. Realmente el Señor me ha llamado. Me ha llamado por mi nombre. Ha reconocido en mí el valor de alguien digno de su atención y de su amor, no una sola vez, sino dos, y tres y las que hagan falta. ¡Marta, Marta: te quiero... te quiero...! ¡Sí, sí, a ti! No te confundo con nadie más. ¡Tú eres para mí alguien único e irrepetible! He aquí como Marta, la servidora, multiplicándose con el servicio, se convierte en María, puesta a los pies del Señor, para escuchar su Palabra.

 

3) Actuar: he recibido ya la gracia, ciertamente no pedida, y menos aún deseada, de acompañar a algunos hermanos muy queridos en las últimas etapas de su vida. Por eso sé que, hacia el final, cuando se acerca el momento de abrir los brazos y dejar que otro te ciña y te lleve a donde no quieres ir, se produce, en la conciencia y en los sentimientos, una especie de purificación. Todo va siendo puesto en su lugar. Se prescinde, primero de lo superfluo, luego de lo secundario, y al final incluso de lo que parecía importante. Queda solamente una síntesis, expresada con una frase, a veces incluso con una sola palabra, que se va repitiendo en las conversaciones, cada vez más clara, más luminosa. ¡Y, después, el silencio! En el caso de Toni Mateu, compañero del Prado, esa frase era: tenemos que vivir de lo fundamental.

 

Muy equivocadamente, pensé que lo que yo debía hacer era averiguar a qué se refería, qué era para él lo fundamental. Se lo pregunté varias veces, sin obtener jamás una respuesta precisa. Descubrí, entonces, que mi pregunta, lejos de ayudar, resultaba completamente impertinente. Era tanto como empeñarse en saber qué le decía Jesús a María cuando, sentada a sus pies, escuchaba su Palabra. ¡Menuda estupidez! Lo siento, Toni. Espero no volver a cometer semejante error, aunque ya me conoces. Y lo siento también, por los que buscan en el Evangelio seguridades y certezas materiales. Ojalá no tiendan a compensar su decepción con los productos de su propia ideología