Ascensión del Señor

Visto: 693

Estudio de Evangelio de Hch 1,1-11 y Ef 1,17-23 en clave sinodal. Jesús Andrés Vicente, diócesis de Burgos

La última formación. La transmisión del evangelio. "In persona Christi Capitis

 

29 MAYO 2022

 

La última formación

 

Jesús dedica la cuarentena pascual a aparecerse a los suyos, dándoles pruebas reales de su resurrección. No hay duda: es el mismo que murió, el Maestro y el amigo; pero vive en otra dimensión porque ha vencido al pecado y con ello a la muerte y a todas las miserias y limitaciones de la condición humana. Una existencia superior. Aprovecha los múltiples encuentros para completar la formación de los discípulos y los apóstoles. En esta etapa, Jesús no añade nuevos contenidos que no nos hayan transmitido los evangelistas, por ejemplo san Lucas, tan cuidadoso de recabar todo lo que Jesús ha ido haciendo y enseñando. Repasa con ellos el itinerario básico de Galilea a Jerusalén y profundiza en el mensaje del Reino de Dios que es el núcleo de su enseñanza. Un Reino que no se identifica con la soberanía política, como siguen pensando los apóstoles, sino que es el proyecto transformador de Dios para este mundo, tal y como el Resucitado nos muestra en su propia carne.

 

  • Esta formación intensiva se ha de repetir periódicamente en la vida de los cristianos de todos los tiempos para que el evangelio penetre más profundamente en sus vidas y se vaya adaptando a las diferentes realidades. Esto ya lo hace cada año la Iglesia con la propuesta del ciclo litúrgico. Pero conviene que haya itinerarios de formación más personalizada. Así, el que el Chevrier propone con su Verdadero Discípulo. No es un libro para leer sino un itinerario a seguir para aquellos/as que quieran ser discípulos de Jesucristo y seguirle más de cerca.

 

La transmisión del Evangelio

 

Ésta es la misión que el Señor nos ha encomendado antes de desaparecer de este mundo. “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo”. Los apóstoles han seguido al Señor en su vida mortal y le han conocido personal y comunitariamente. Así también los bautizados hemos conocido juntos a Jesucristo – los unos a través de los otros – y juntos lo hemos de dar a conocer. Las comunidades madre de Jerusalén (para los judíos) y Antioquía (para los gentiles) envían a los misioneros al menos de dos en dos (principalmente Pablo y Bernabé). La misión evangelizadora trasciende al cristiano individual. Porque el Evangelio no es propiedad de una persona o de un grupo. Es el Evangelio de la gracia revelada por Jesús (Gal 2). El sujeto de la misión evangelizadora será la Iglesia en su conjunto, tal y como lo vemos en los comienzos de esta Iglesia sinodal de los Hechos de los Apóstoles.

 

“In persona Christi Capitis”

 

San Pablo en su teología nos presenta, pues, a la Iglesia como un cuerpo unido y estructurado en Cristo. Una sola Iglesia, un solo sujeto para la alabanza divina y la extensión del Evangelio. No es la suma de fundaciones y grupúsculos autocéfalos; no es una estructura similar a la federación en lo sociopolítico. Es una realidad espiritual y carismática, sostenida por un solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos. Pero a cada uno de nosotros se nos ha concedido la gracia conforme a la medida del don de Cristo (Ef 4,5-7).

 

Una iglesia de “reinos de taifas” sería, pues, lo contrario a la Iglesia de Jesucristo. La Iglesia sinodal no es la reunión de unas partes precedentes y aisladas. Para ello, no rigen los criterios de eficacia humana, de participación democrática; o bien, de razones jerárquicas para el reparto de poderes entre sus miembros. Para San Pablo, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y en su diversidad funciona como un todo.

 

  • El Chevrier sintió la llamada a reformar el clero de su época y con él a la iglesia de Francia del siglo XIX. Por la misma época también lo pretendió su vecino el Santo Cura de Ars. Ambos coincidían en la centralidad de Jesucristo, con quien el sacerdote y los fieles cristianos tenían que identificarse. Pero mientras el Cura de Ars ponía el acento en la consagración sacerdotal y la dispensación de los sacramentos, lo que hace del sacerdote un modelo admirado pero separado del pueblo cristiano, Antonio Chevrier hace el presbítero “otro Cristo”, una representación viva de Jesucristo en toda su vida y su persona, especialmente en su cercanía a los pobres y en la práctica de la pobreza evangélica. Un sacerdote presente en medio del pueblo, que evangeliza por sus palabras y sus ejemplos.

 

En la carta a los Efesios que leemos en este domingo de la Ascensión se nos dice que “todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como Cabeza sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos” (Ef 1,23). Siguiendo el símil paulino, Cristo Cabeza es el “embrión” de todo cristiano bautizado y de la Iglesia en su conjunto. Ésta se desarrolla en correspondencia con la Cabeza, su principio identitario. Por eso, san Pablo compara al desarrollo de la comunidad cristiana con la gestación y el parto que originan al ser humano.

 

No os escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros. Porque os quiero como a hijos; ahora que estáis en Cristo tendréis mil tutores, pero padres no tenéis muchos; por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús (1Co 4,14-15).

 

Te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien engendré en la prisión” (Flm 10).

 

Desde la mitad del S.XX, una teología renovada del sacerdocio se va introduciendo en la Iglesia católica. Y en el Concilio Vaticano II encuentra una expresión acuñada en una fórmula que viene desde la antigüedad, según la cual el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa in persona Christi Capitis (cf LG 10; 28; SC 33; CD 11; PO 2,6). (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1548 – 1551). El presbítero hace presente a Cristo Cabeza no sólo como principio originante sino como principio estructurador de la comunidad cristiana. Su presencia en medio del pueblo santo no se limita sólo a los comienzos sino que ha de ser permanente. Teniendo presente a la Cabeza, cada miembro sabe a qué atenerse y cómo desarrollar sus propios carismas para el bien de todo el cuerpo.

 

  • La Iglesia sinodal no es una organización jerarquizada sino una fraternidad en torno a Jesucristo el Hermano. En Él tenemos al pastor que nos guía, el modelo que todos y cada uno hemos de imitar y la meta hacia la que caminamos.