Domingo 2º Pascua C_2022

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Estudio de Evangelio de Hch 5,12-16 y Ap 1,9-19 en clave sinodal. Jesús Andrés Vicente Domingo, diócesis de Burgos

¿Cómo nace la Iglesia?

 

El libro de los Hechos es la historia – desde su comienzo en Jerusalén hasta su culminación en Roma – de la gestación de la Iglesia según el guion anunciado por el Señor en su despedida:
 
«No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra» (Hch 1,8).
 
Este nacimiento se desarrolla de dentro a afuera y desde uno a todos, siguiendo el ejemplo del árbol. Lo primero que germina es el grano de la simiente (el apóstol) y sus ramas se alargan para que de ellas cuelguen los frutos (los fieles). Cuando los frutos caen a tierra, nuevas semillas anidan en nuevos terrenos, cercanos al árbol madre pero progresivamente separados de él (Jerusalén, Samaría, confines de la tierra…).
 
“Revelación de Jesucristo, que Dios le encargó mostrar a sus siervos acerca de lo que tiene que suceder pronto. La dio a conocer enviando su ángel a su siervo Juan, el cual fue testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo de todo cuanto vio…
Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, estaba desterrado en la isla llamada Patmos a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús.
Pero él puso su mano derecha sobre mí, diciéndome: «No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo” (Ap 1,1-2; 9; 18).
 
Juan y Pedro son los modelos apostólicos de los orígenes. En la autopresentación de Juan al comienzo del Apocalipsis se nos dan los rasgos del ministerio fundacional propio del apóstol, que se completan en el libro de los Hechos:
 
 - Los apóstoles son elegidos y designados por el Maestro para ser el núcleo creador de las distintas  iglesias. Por su predicación, su testimonio y su martirio ellos permanecerán unidos a las comunidades, las cuales se reconocen en la persona de su apóstol. No es una relación jerárquica, como quien funda una empresa o un ejército, sino una relación de comunión que se acrecienta con el tiempo.
 
 - Son testigos del Viviente, vencedor de la muerte y Señor de la historia. Más allá de las persecuciones y las tribulaciones, que el apóstol comparte con los cristianos de sus iglesias, está la vida sobreabundante en Cristo Jesús.
 
“Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor (Hch 5,12-14).
 
- Los signos y prodigios que realizan los apóstoles no son un logro personal. Son un don del Espíritu concedido a toda la Iglesia en oración.
 
Maestro… extiende tu mano para que se realicen curaciones, signos y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús” (Hch 4,30).
 
  En la fundación de la Iglesia se pone de manifiesto el poder de Dios: en la predicación de la Palabra
  con convicción y fuerza (parresía), en las curaciones y demás milagros de Pedro y los apóstoles y en la
  ejemplaridad social de los primeros creyentes.
 
- Los fieles participan de la semilla cristiana de su apóstol. Han conocido y amado a Jesucristo a través de su ministerio. No han sido adoctrinados sino engendrados, como escribirá san Pablo (1Co 4,15). Ésta es la raíz de la comunión eclesial. No se trata de una organización humana sino de un vínculo espiritual que se traduce en vínculos afectivos y en servicios mutuos. Nunca, en escala de poder.
 
- Con un mismo espíritu. Los convertidos y bautizados – hombres y mujeres – reciben todos y cada uno el Espíritu de Pentecostés, distribuido en la variedad de sus lenguas, su cultura y su propia historia. Serán iguales en vocación y misión, pero desiguales en costumbres, ministerios y carismas. Al adherirse al Señor se integran al mismo tiempo en la comunidad. Sin embargo, hoy asistimos a “conversiones” muy personales, al margen de la Iglesia reunida y sinodal, que es el seno materno donde madura el cristiano. Por eso no completan su iniciación cristiana.
 
- La Iglesia crece en círculos concéntricos: Jesucristo -> los apóstoles -> “todos” los que conocieron a los apóstoles -> la multitud de hombres y mujeres… hasta los confines de la tierra. Pero, para que el alejamiento de las iglesias apostólicas en el tiempo y en el espacio no deteriore la eclesialidad, se nos ha dado el espíritu de comunión, la unanimidad. La permanencia de la Iglesia hasta el fin de los tiempos no se basa en la permanencia física de las personas sino en la presencia del Espíritu del Resucitado en cada bautizado y en las comunidades. Él garantiza la identidad y la continuidad del camino del Señor - el “sínodo” - que se abre paso en nuestras realidades actuales.
 
¿Una iglesia sinodal?
 
¿Cómo lo valoramos? Es buena cosa que una perspectiva de la Iglesia tan rica como la sinodalidad haya sido rescatada del olvido y puesta en el centro de la preocupación eclesial. Pero vemos con preocupación que se convierta en una moda superficial, en un eslogan que vale para todo sin más discernimiento, o en una obligación institucional. Este estudio de Evangelio nos centra el tema. La sinodalidad nace con la Iglesia; es inherente a ella. Los bautizados hacemos juntos el camino porque juntos somos cristianos. Por ello, la sinodalidad no se puede reducir a fomentar unas prácticas comunes, a organizar unos eventos masivos.
 
- En estos últimos días hemos tenido una sesión de Formación Permanente para sacerdotes en el seminario sobre “Liderazgo y trabajo en equipo”. Sin negar la utilidad de determinadas sugerencias, algunos no nos sentíamos identificados cuando se querían aplicar a la vida pastoral. Unas técnicas salidas de la psicología educativa y empresarial no encajan sin más en la Iglesia. Ahora todo se mezcla y no faltó quien dijo que el cursillo le había servido para entender por fin “la famosa sinodalidad” (sic).