Domingo 5º Cuaresma C_2022

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Estudio de Evangelio. Teresa Jansà, diócesis de Menorca

3 abril 2022. Juan 8, 1-11

 

Jesús nunca deja indiferente a nadie. En Israel, se había convertido ya en motivo de controversia - tal y como Simeón le había anunciado a María, su madre, el día que lo llevaron al templo para presentarlo al Señor: “Este niño será el motivo de que en Israel muchos caigan y muchos se levanten; será una bandera discutida…” (Lucas 2, 34) - En el pueblo la gente andaba dividida por su causa pues unos pensaban que era un profeta, otros, que era realmente el Mesías, pero muchos otros también rebatían ambos grupos, ya que no esperaban nada bueno de él, y las autoridades, por su parte, habían decidido ya buscar cualquier motivo para acusarle y poder detenerlo.

 

En situaciones delicadas, comprometidas, o ante una decisión importante, Jesús se retira siempre para orar largo tiempo, en soledad, para dejarse llenar del infinito amor de su Padre y escucharlo profundamente para cumplir su voluntad.  Juan, en el evangelio de hoy, recoge la situación previa al desarrollo del pasaje de la mujer adúltera para centrarnos en el modo de actuar de Jesús: “Jesús se dirigió al monte de los Olivos. Por la mañana volvió al templo”. Después de rezar toda la noche, Jesús, lleno del Espíritu, se presenta nuevamente en el templo para seguir enseñando a la gente que se reúne alrededor suyo para escuchar su palabra, portadora siempre de esperanza. Jesús, sentado - como signo de de su autoridad ya que no habla por cuenta propia sino que transmite las palabras del Padre - los instruía largamente en un ambiente de sincera atención y escucha por la gozosa novedad de su discurso.

 

Esta situación se ve interrumpida por unos letrados y fariseos, quienes, abriéndose paso entre la multitud, llevaban a una mujer a quien colocaron en el centro y se dirigieron a Jesús, decididos a ponerle en un aprieto: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés ordena que dichas mujeres sean apedreadas; Tú, ¿qué dices?” Jesús debe afrontar una situación muy complicada que nada tenía que ver con las experiencias vividas hasta ahora con la gente sencilla del pueblo que le llevaban enfermos de todo tipo para que los curara. Realmente su misión es salvar, no juzgar ni condenar ¡Qué situación tan comprometida! Si pide clemencia para la adúltera va contra la Ley y, si se inclina por la lapidación, va contra su propia predicación, basada en su experiencia de la misericordia de Dios. “Jesús se agachó y con el dedo se puso a escribir en el suelo”. Seguramente se daba un tiempo para meditar. Se podía palpar la gran expectación creada: la gente pendiente de las palabras de Jesús, la terrible angustia y humillación de aquella mujer sola - ¿dónde estaba el hombre con quien había cometido el adulterio? - y la autosuficiencia de los acusadores, satisfechos de poder acorralar a Jesús. Finalmente, Jesús se puso en pie, pero no contestó directamente a la pregunta formulada, sino que les propuso que decidieran ellos: “Aquel de vosotros que esté libre de pecado que le tire la primera piedra”. Como en otras ocasiones, Jesús había dado la vuelta al planteamiento que le presentaban. Él buscaba llevar al arrepentimiento no solo a la mujer acusada - que, aun siendo culpable, no merece la muerte porque Dios desea la salvación de todos. - sino a todos sus acusadores. Por ello les induce a mirarse a sí mismos pues son tan pecadores como esa mujer y como nosotros mismos: A todos nos hace falta el perdón de Dios. “De nuevo se agachó y seguía escribiendo en el suelo”. Ahora parece darles tiempo a ellos para que escuchen su propia conciencia y actúen después consecuentemente. Todos fueron retirándose, no sabemos si arrepentidos o avergonzados, pues Jesús les había puesto en evidencia y seguramente no se sentían ya tan perfectos como querían aparentar siempre. En la escena quedaba solo aquella mujer que no se había atrevido a moverse, pendiente de la decisión de Jesús. Probablemente esperaba ser castigada por su falta, pero recibió, sorprendentemente, el amoroso perdón de Jesús con la recomendación de cambiar radicalmente de vida, hecho que será posible porque, a través de la intensa y tierna mirada de Jesús, se ha sentido acogida, perdonada y amada y puede emprender con confianza el camino hacia una nueva vida más plena y feliz.

 

Busquemos tiempo y silencio para percibir sobre nosotros la luminosa mirada de Jesús, especialmente durante este tiempo de Cuaresma en el que estamos llamados a vivir una auténtica y profunda conversión de vida que nos aparte de juzgar y condenar a los demás (como los fariseos) y nos ayude a experimentar el amor y la misericordia de Dios hacia todos los hermanos (como Jesús). Esta actitud de perdón y acogida misericordiosa constituye la única fuerza capaz de transformar de verdad a las personas. Es necesario vivir la experiencia del don que recibimos de Dios, su perdón y su amor, para ser capaces de actuar de igual forma con todos los hermanos. Aún así, ello no sería posible si contáramos únicamente con nuestras fuerzas, pero Dios, conocedor de la debilidad humana, nos envió su Espíritu que mora en el fondo de nuestro corazón, y nos empuja a salir de nosotros para ir al encuentro de Dios (oración) y de los hermanos (ayuno de juicios y condenas, y limosna para compartir bienes, tiempo y facultades) convirtiéndonos realmente en hombres y mujeres nuevos, con los mismos sentimientos de Jesucristo (Fil 2, 5), auténticos hijos e hijas de Dios Padre.

 

Teresa Jansà