Domingo 4º T.O. - C. 2022

Visto: 816

Estudio de Evangelio. Antonio Gutiérrez Domínguez, diócesis de Granada

Este domingo escuchamos en el evangelio la reacción que se produce en la gente de Nazaret,  tras presentarse  en la sinagoga como ungido por el Espíritu con una misión de parte de Dios.

 

30 enero 2022. Lc 4,21-30

 

Lleno del espíritu de Dios, Jesús se siente profeta y se ha presentado como tal, para anunciar y hacer presente la compasión misericordiosa de Dios con la Humanidad. "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Noticia; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de Gracia del Señor.”

 

A los ciudadanos de Nazaret, reunidos en la sinagoga, no les agrada lo que Jesús dice, les parece pretencioso que alguien que ha crecido en aquel pueblo, a quien han visto jugar, crecer y trabajar entre ellos, se presente con una misión de parte de Dios. Por eso se preguntan asombrados “¿acaso no es este el hijo de José?” Probablemente, en la humilde sinagoga de Nazaret hay familiares, amigos de la infancia, conocidos y vecinos suyos. Aquella gente también sabe que Jesús ha hecho sanaciones en la vecina ciudad de Cafarnaúm y le piden que haga algo semejante en su ciudad, en Nazaret.  No están interesados en escuchar a un profeta de Dios, sólo pretenden ver a alguien que haga cosas extraordinarias, quizá un curandero,  un mago, que les resuelva sus problemas de forma inmediata, llamativa, extraordinaria...Jesús no fue acogido; su ministerio comenzó con un fracaso. Y va a terminar también con un fracaso: en la cruz.

 

Jesús participa de la suerte de los profetas, la de aquellos que se atreven a proclamar en medio de sociedades injustas la verdad que libera y humaniza;  la que viene de parte de Dios, de aquellos que viven la realidad de la compasión de Dios por los últimos y hablan y actúan con libertad, llamando a todos al bien y a la justicia; la de aquellos que no tienen miedo a incomodar con su predicación y con su vida, pues sólo quieren ser fieles al Dios que los ha enviado.

 

Es difícil que alguien que se decide a escuchar la Palabra de Dios y a proclamar con valentía y fidelidad su palabra sea aceptado  por un pueblo que no está dispuesto a acoger la voluntad de Dios. Es imposible que un profeta que habla en nombre de Dios, del Dios de la Verdad y de la Justicia, de la Misericordia y de la Gracia, sea acogido en una sociedad donde hay tantos intereses y divisiones: en lo económico, en lo político, fundamentados en la mentira, la injusticia y la violencia. Jesús lo sabe: "En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo”.

 

Si queremos ser fieles a Jesús, seamos profetas. Pero no podemos serlo sin ser absolutamente fieles a Dios. El que quiera ser profeta de Dios no puede tampoco evitar la crítica y el rechazo. Es inevitable ser incómodos y molestos a los poderosos cuando, como Jesús, nos comprometemos por la dignidad de los pobres; o cuando hablamos en nombre de las víctimas, los presos, los olvidados y descartados de la sociedad. No deberíamos olvidar esto: ese es el precio de la profecía, ayer y hoy. Porque un profeta pone al descubierto mentiras y cobardías, injusticias y opresiones, y llama a todos a un cambio de vida.

 

Los ciudadanos de Nazaret pretendían tener a su disposición a un Dios domesticado, que no incomodara ni quisiera cambiar las cosas; un Dios suyo, propio, de Nazaret: "aquí en tu ciudad queremos ver lo que haces en nombre de Dios." Esa es la lógica humana, la lógica del milagro, la lógica de la búsqueda de lo extraordinario. Para Jesús, lo que cuenta es la lógica de la Fe, de la acogida amorosa y fiel a Dios; por eso no está dispuesto a darles lo que piden. Y por eso les menciona a dos grandes profetas, Elías y Eliseo, actuaron en nombre de Dios fuera de Israel. El primero, Elías, alimentando a una viuda pobre en Sarepta, un territorio pagano. El segundo, Eliseo, sanando a Naamán, un general leproso de Siria, un país extranjero y enemigo de Israel.

 

Cuando la gente que estaba en la sinagoga escuchó a Jesús "se llenaron de ira y levantándose, arrojaron a Jesús fuera de la ciudad y lo llevaron a una altura escarpada del monte sobre el que estaba construida la ciudad para despeñarlo." El ministerio de Jesús comienza con un rechazo y con una amenaza de muerte. La experiencia de Nazaret es la nuestra. La de nuestra vida y nuestra sociedad, a la que no le gusta que la incomoden con la verdad y son muchas las veces que actuamos como los vecinos de Nazaret, que preferimos un Dios en la distancia, bueno, generoso pero distante. Y sobre todo un Dios que no incomode, que no nos mueva de nuestra zona de confort, que no nos quite las cosas que queremos aun cuando seamos esclavos de ellas.

 

Dice el Evangelio que cuando intentaron arrojar a Jesús por el precipicio para matarlo, Jesús se abrió paso entre la gente y siguió su camino. Un profeta es alguien que, sobre todo, confía infinitamente en Dios: Él lo ha elegido y enviado. Hoy escuchamos como Dios le dice a otro profeta, Jeremías, "no temas, no les tengas miedo, yo estaré contigo para salvarte". Es la promesa del amor y de la fuerza del Señor que acompaña al profeta. Por eso Jesús sigue su camino, se abre paso en medio de aquella gente y se marcha. Sigue adelante. Jesús sabe bien que debe afrontar el cansancio, el rechazo, la persecución y la derrota. Pero no se desalienta, no detiene su camino, confiando siempre en el amor del Padre. Sin embargo, Nazaret lo perdió todo: se quedó con sus seguridades, sus caprichos y sus mentiras, pero se quedó sin profeta, se quedó sin Jesús. A nosotros nos puede pasar lo mismo. Nos empobrecemos cuando no nos dejamos corregir, cuando preferimos la falsedad y no escuchamos las voces proféticas que nos hablan en nombre de Dios.

 

En la sociedad, en los pueblos, y desgraciadamente también a veces en la misma Iglesia, no se escucha a los profetas. Sin embargo, una sociedad sin profetas se vuelve cruel y corrupta. Una Iglesia sin profetas se vuelve ritualista e inhumana. Y ocurrirá como ocurrió con Jesús, que pasando por en medio de ellos se marchó, siguió su camino. Se fue con la frente en alto, con dignidad, llevando dentro su pasión por Dios y por el hombre. Nos ocurrirá lo mismo si seguimos sin escuchar: expulsaremos  a los profetas, pero nos quedaremos sin su palabra. Nos ocurrirá lo más grave: nos quedaremos sin Jesús, como ocurrió en Nazaret.

 

Te pedimos Señor que sepamos reconocer tu gloria, tu presencia entre los sencillos, humildes y en los acontecimientos cotidianos de la historia, acogerte y comprometernos contigo en el Reino de Dios.

 

Antonio Gutiérrez Domínguez

Parroquia de S. Isidro.- Granada