Domingo de Pentecostés 2021

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Estudio de Evangelio. Sebas Gil Martín, diócesis de Ávila

 

Juan 20, 19-23

 

Los discípulos están juntos, pero en un principio están desconcertados. Se apoyan en las dificultades. A Jesús, a quien habían seguido y escuchado, en quien habían puesto todas sus esperanzas, le han crucificado. Tienen una sensación de fracaso. Además era de noche, por tanto, hay oscuridad. Estaban “con las puertas cerradas” con miedo. No se atrevían a salir por si acaso lo reconocían como seguidores de Jesús. Están paralizados por el miedo. ¿Cómo iban a salir anunciar la buena noticia en esas condiciones?

 

Pero “el primer día de la semana entró Jesús, se puso en medio de ellos y les dijo: paz a vosotros”. Es el resucitado el que toma la iniciativa y se pone en el centro. A partir de este momento Jesús va a ser el centro de todo, se van a poner en sus manos. La presencia del resucitado con la efusión del espíritu prometido va a ser el motor de la iglesia naciente. Su presencia y el encuentro con Él va a ser lo esencial, toda la dinámica apostólica va a fluir de este encuentro. Lo primero que hace es desearles la paz. “Paz a vosotros”. No les reprocha que no hayan estado al pie de la cruz, que hayan huido. Les transmite paz, quiere calmar esa ansiedad producida por el aparente fracaso.

 

“Y les enseña las manos y el costado”. Son las llagas, las señales de la entrega, del amor hasta el extremo. Igual que Tomás, le reconocen porque sienten su presencia amorosa. El miedo se convierte en alegría. Su presencia les transforma. Se llenan de alegría interior. Se sienten habitados por el resucitado y eso hace que recobren la esperanza y sentido a su vida. Al reconocerle todo cobra sentido e interiormente se sienten dichosos.

 

El primer día de la semana “exhaló su aliento sobre ellos y les envió el Espíritu Santo” prometido. El evangelista Juan relata la difusión del espíritu el mismo día de la resurrección. Une donación del espíritu y resurrección. Exhalar el aliento recuerda a la acción creadora de Dios en el libro del Génesis. Con la donación del espíritu por el resucitado comienza la nueva creación con la que Dios va a seguir acompañando la historia de la humanidad.

 

“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Les envía a ser sus testigos. Su misión se enraíza en la misión que el Padre le ha confiado a Jesús. Deben ser continuadores de la misión de Jesús. Los apóstoles, por tanto, entran en el dinamismo espiritual que nace del Padre, enviando a Jesús, encarnándose entre nosotros.

 

“A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados”. El perdón, la misericordia, debe ser la primera acción del apóstol; el Papa nos dice que Dios se llama misericordia. El enviado debe ser testigo del amor entrañable del Padre, que como en la parábola del hijo pródigo, siempre nos abre las puertas de la misericordia.