V Domingo Cuaresma - B

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Estudio de Evangelio. José Ramón Peláez Sanz, diócesis de Valladolid

Un resumen de lo que hemos vivido en los domingos anteriores y un anuncio anticipado de la Semana Santa

 

 21 marzo 2021. Jn 12,20-33

En aquel tiempo entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, queremos ver a Jesús».

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.  Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna.  El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará.

Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre».

Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».  La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.  Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros.  Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera.  Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

 

 

En este evangelio, cuando unos griegos quieren conocerle, Jesús empieza a ver anticipadamente el fruto de su muerte en cruz. Estos extranjeros son la primicia de la culminación de su misión: “cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Son los primeros en llegar para la congregación mesiánica de todos los pueblos en torno a Él. El encuentro con ellos es un paso hacia la fraternidad universal que el Padre desea. Más aún, son una señal del Padre que le indica que para Jesús ya ha llegado “la hora” de su entrega.

 

Esta señal le hace compartir con los suyos cuál es el camino escogido por el Padre: entregar al Hijo para que con su muerte sea fecundo como el grano de trigo. También le hace sentir agitación y angustia, temblar ante el doloroso destino que le espera. Y, por último, decidirse definitivamente a dar la vida.

 

En pocas palabras el evangelista San Juan nos muestra lo que otros evangelios nos han contado en dos escenas diferentes. La angustia del huerto de los Olivos, con esa pelea interior de Jesús ante la muerte, que finalmente se resuelve en la renuncia a su voluntad y aceptando la del Padre (Mc 14, 32-42 y par.). También recuerda este pasaje la voz del Padre en el monte de la transfiguración, cuando nos confirma que Jesús es el Hijo y que en la cruz se manifestará definitivamente su gloria.

 

Además, Jesús subraya en sus palabras que la entrega del Hijo se convierte para nosotros en vocación y camino. El camino de la renuncia a uno mismo para ganar la vida verdadera. Una llamada expresada en un juego de “ganar y perder”, que los otros evangelistas también han situado en el camino a Jerusalén, junto a los anuncios de la pasión y a la transfiguración (Mc 8,31 – 9,8 y par.).

 

Como vemos, es un pasaje lleno de referencias a otros lugares de los evangelios. Esto nos permite leer este evangelio del último domingo de cuaresma como un resumen de lo que hemos vivido en los domingos anteriores; y, también, como un anuncio anticipado de la Semana Santa.

 

Un resumen de la cuaresma porque en él hay muchos rasgos que evocan la purificación del templo (cuyos atrios cerraban el paso a los gentiles), de la voz del Padre en la transfiguración, del anuncio de la cruz hecho a Nicodemo...

 

Y un anuncio de la Semana Santa con el lavatorio de los pies como llamada a entregarse y ser los últimos en el servicio, de la angustia de Getsemaní, de Jesús elevado sobre el madero y enterrado en el sepulcro como el grano de trigo, de la manifestación de su gloria en la cruz y en la resurrección. 

Toda una invitación a entrar en estos misterios y a “realizarnos” como personas en la lógica del crucificado: entregando la vida por amor hasta perderla.