III Domingo Cuaresma - B

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Estudio de Evangelio. José Ramón Peláez Sanz, diócesis de Valladolid

Jesús termina su camino a Jerusalén y entra en el templo. Con la purificación del templo Jesús no se muestra contrario a la religión ni a sus expresiones rituales, sino que busca que ésta sea purificada y vivida en su sentido más profundo

 

7 marzo 2021. Jn 2, 13‑25   

Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.  Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y,  haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

 «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».  Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: « ¿Qué signos nos muestras para obrar así?».  Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».  Pero él hablaba del templo de su cuerpo. 

Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.  Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía;  pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

 

Jesús termina su camino a Jerusalén y entra en el templo. Allí se venden los animales que se puede sacrificar en el culto y se cambian las monedas de cualquier país (con imágenes paganas) por las adecuadas para las limosnas del templo. Por eso, cuando echa de allí a los animales y vuelca las mesas de los cambistas está impidiendo que el culto continúe, obliga a parar las celebraciones al dejarles sin las ofrendas necesarias para los sacrificios.

 

Cuando los judíos le piden una explicación sobre su autoridad para suspender el culto del templo, aprovecha para anunciar metafóricamente cuál es el fin de su vida y de su viaje con los discípulos hasta Jerusalén: entregar su cuerpo en la cruz y a los tres días resucitar.

 

Con todo ello Jesús anuncia –como también se puede leer en este tercer domingo de cuaresma en el evangelio de la Samaritana- un ‘culto en espíritu y en verdad’ (Jn 4, 22-23) que ya no está ligado a un lugar, ni a un templo ni a un rito o una tradición concreta.

 

Es el culto nuevo que Jesús hace con su cuerpo: el hacerse el último en el pesebre, exiliado en Egipto, trabajador como carpintero, servidor de los enfermos… hasta morir en cruz dando su vida entera. Un culto que consiste en hacer en todo la voluntad del Padre y entregarse por amor a los hermanos.

 

Sin embargo, con la purificación del templo Jesús no se muestra contrario a la religión ni a sus expresiones rituales, sino que busca que ésta sea purificada y vivida en su sentido más profundo. Así lo recuerdan los discípulos que conocen bien como Jesús ama intensamente del culto verdadero: “El celo de tu casa me devora”.

 

Y por eso el evangelista termina la escena hablando de la mirada de Jesús que conoce nuestro corazón; sólo Él sabe si es sana y recta nuestra intención cuando nos acercamos a una celebración. Sólo Dios conoce cuál es la verdadera intención de los que se dicen más partidarios “del culto” y de los que se consideran más a favor “del compromiso”. Y esa recta intención de la entrega total de la vida al Padre Dios es lo que más cuenta en este nuevo culto, no tanto el “rito” o la “acciones” en las que nosotros nos quedamos.

 

Este año en que, por segunda vez, la pandemia nos va a privar de procesiones, de iglesias llenas… de tantas celebraciones de cuaresma y Semana Santa... podemos quedarnos en lamentar su pérdida o descubrir esta circunstancia dramática de la COVID-19 como una “purificación del templo”: privados de tantas ropas, velas, capirotes, músicas, pasos, calles a rebosar, celebraciones litúrgicas presenciales,… podemos ahondar más en el auténtico sentido de la Pasión y practicar ese culto que se vive desde la sinceridad del corazón y en la entrega de nuestros cuerpos (nuestras personas) en espíritu y verdad.