Domingo 28º T.O. - A

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Estudio de Evangelio. Josep Jiménez Montejo

 

4 octubre 2020. Mateo 22,1-14

 

La parábola del banquete de bodas es para mí una alegría. Aunque dirigida a los sacerdotes y notables, yo la vivo con el gozo de Jesús, que da gracias al Padre porque revela estas cosas a los sencillos, y las oculta a los sabios y entendidos. Lo cual también representa una llamada a leer el Evangelio poniéndome en la piel de los que escuchaban a Jesús embobados, con sumo gusto, y también recuperados y restablecidos de la dureza de la vida. Para muchos, aquel Maestro, de cuya boca salían palabras de autoridad, era una bendición. Por fin alguien les hablada de Dios describiéndolo como tierno, compasivo, bueno y maternal.

 

Jesús había sido calificado como bebedor, comilón, glotón, fiestero. Si solo hubiese sido eso, a lo mejor no se lo hubiesen tenido en cuenta. Lo peor era ser amigo de publicanos y pecadores, con los cuales también compartía mesa, como con Zaqueo y con Mateo. Jesús conocía bien lo que eran las bodas y su alegría, y aprovecha la fiesta, una experiencia gratificante, para hablarnos del Reino.

 

La parábola del banquete de bodas es la propuesta del Reino. El rey, el Padre, envía a sus hombres a avisar a los convidados. Todos estamos convidados. El Reino no siempre es aceptado, quizá porque se prefieren otros reinos, otras clases de fiesta y de felicidad. Y el rey insiste, sin desanimarse, y envía nuevos hombres para avisar que todo está a punto, que los manjares serán exquisitos, que será una fiesta grandiosa.

 

Las respuestas fueron de carácter materialista. A la primera llamada, la respuesta fue totalmente negativa, sin más explicaciones. Un no silencioso: no quisieron ir. Pero las ganas de celebrar la alegría de la boda del hijo, hizo que el rey insistiera. Dios nunca se cansa de insistir. Y esta vez, las respuestas no fueron únicamente negativas, sino además razonadas, y dos de ellas en nombre del materialismo más egoísta: tengo que trabajar mi campo, tengo que dedicarme a mis negocios. El dinero es lo primero y principal. La tercera respuesta fue agria, dura y por la vía de los hechos: maltrataron y mataron a los enviados. Fue una renuncia total y absoluta a la generosidad del rey.

 

Y aunque la indignación de aquel rey se cebó en aquellos asesinos que no merecían su magnanimidad, ello no fue óbice para que el rey diera más importancia al banquete que ya tenía preparado que al rechazo culpable de los primeros invitados. Y mandó a sus servidores para que salieran e invitaran a todos los que encontraran por los caminos, y la sala se llenó. Todos fueron llamados e invitados, agradecidos por la longanimidad y generosidad de aquel rey. Hasta entonces, nadie los había invitado, no cabían en sí de tanta importancia como se dieron. El rey los había invitado al banquete de su hijo, y ya se iban imaginando como lo explicarían a su familia y a sus amistades.

 

El rey, ya en el banquete, pasó a cumplimentar a todos aquellos que habían accedido a engrandecer con su presencia el banquete y a hacer completa la fiesta de la boda de su hijo. Hubo uno, sin embargo, que no había entendido la importancia de aquel acontecimiento ni de la generosidad del rey, y no se presentó vestido como correspondía a la fiesta. Vino como iba, sin cambiarse, sin ganas de celebrar aquella fiesta maravillosa que le ofrecían, aferrándose a su miseria. La indignación del rey por aquella desconsideración lo llevó a despacharlo fuera, a dejar el banquete, acabando revolcado en su indignidad. Muchos fueron llamados de los caminos y de las calles, pero no todos fueron elegidos para compartir aquella fastuosa fiesta.

 

Algunas llamadas que siento:

 

  1. Reconocer todo lo que de gran sacerdote y de senador del pueblo hay en mí, y por qué Jesús está interesado en dirigirme esta parábola. ¿Estoy dispuesto a dejarme enseñar por Jesús?
  2. Ver en qué me resisto a compartir la alegría del Padre, que es feliz de que el Hijo celebre su unión, celebre bodas, con la humanidad. No resistirme a ser amado por Dios.
  3. No poner por delante mis intereses particulares, mis gustos, mis hobbies, mi egoísmo, etc., como excusa para participar del banquete que Dios me ofrece, y sentirme amado por el Hijo en cuanto a perteneciente de la humanidad.
  4. Sentirme en cuanto a cristiano y en cuanto a presbítero como enviado a buscar comensales para el banquete que Dios prepara a la humanidad, pero también como pobre del camino que, sin buscarlo, se encuentra con el regalo de la invitación a participar en una fiesta, en la cual nunca hubiera soñado participar. Encontramos un eco de esta experiencia en los versos de Lope de Vega: “¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío…?”
  5. Merecerme la invitación a participar en la fiesta que Dios me prepara, en el banquete que celebra su amor para con nosotros a través de su Hijo Jesucristo. La mereceré trabajando en su proyecto a favor nuestro, y especialmente a favor de los pobres.
  6. Con Francisco, obispo de Roma, ir a los márgenes, buscando a todos los que encuentre en los caminos, a buenos y malos, trabajando junto a ellos para que puedan vestirse con el traje adecuado para la fiesta. Y que su pobreza, no sea un obstáculo para merecer participar en la fiesta que Dios nos prepara. El P. Perrichon relata estas palabras del P. Chevrier: “Iré en medio de ellos y viviré su propia vida; esos niños verán más de cerca lo que es el sacerdote y les daré la fe”.

      Josep Jiménez Montejo. Diócesis de Barcelona