Estudio de Evangelio. José Ignacio Blanco Berga
26 de abril de 2020. Hch 2,14.22-33 / Lc 24,13-35
En buena medida, el Nuevo testamento ha sido escrito como respuesta a la pregunta: «¿Dónde está Dios?» Si Jesús no hubiese resucitado, nada habría sido escrito, pues el Viernes Santo todo se hundió bajo la muerte y el fracaso.
Los discípulos, decepcionados, volvieron a Galilea, a sus antiguas tareas, con una buena dosis de frustración. Habían confiado en Jesús, le habían seguido, incluso aceptaron ser asociados al destino de muerte que le esperaba a su Maestro.
Pero la Resurrección, aun siendo un acontecimiento único, no fue la respuesta automática a todas las cuestiones. Hubo que repensar todo, comenzando por releer la fe del Antiguo Testamento, especialmente los cánticos del Siervo del Segundo Isaías.
Esa relectura es la que hace Pedro en la primera lectura: Dios ha ido realizando su plan salvador a través de una historia concreta dando dignidad al pueblo de Israel, pero sobre todo dándole identidad. Quien no tiene historia no tiene identidad.
La aparición del Resucitado camino de Emaús sintetiza admirablemente cómo la Iglesia experimenta la presencia de Jesús en su caminar por la historia:
+ La torpeza del corazón humano para entender el modo de obrar de Dios. Torpeza que no está exenta del deseo de controlar toda la realidad, impidiendo así la capacidad de confiar, como sustrato humano para la virtud teologal de la fe.
+ El escándalo que supone proclamar al Crucificado como Mesías Libertador, asumiendo de esta forma lo propio del Amor de Dios y del ser humano: que es muy discreto para ser fecundo.
+ Cómo Jesús está presente en la Palabra escuchada en Comunidad, con toda su autoridad de amor entregado por nosotros y por nuestros pecados.
+ Cómo actúa por su Espíritu Santo, que nos abre el corazón, y nos dispone por dentro para amar a Su estilo.
+ Especialmente, en la Eucaristía, al renovar su Cena. ¿Qué haríamos nosotros sin la Eucaristía? Las veces que nos hemos mostrado hostiles a celebrar la Eucaristía en soledad, sin Comunidad física y ahora un virus nos ha hecho descubrir el valor inmenso que la Eucaristía tiene precisamente para nuestras Comunidades que ayunan de la Eucaristía en una cierta forma.
+ Lo cual es inseparable del gesto del compartir, es decir, de su presencia en el forastero y necesitado y en cada ser humano que sufre, que no es amado, que le arrebatan su dignidad o, sencillamente, les ignoramos. ¡Perdónanos, Señor!
José Ignacio Blanco Berga
Zaragoza