Hemos leído en la liturgia de hoy el pasaje donde Jesús, acechado por los fariseos, pone en el centro de la sinagoga al hombre de la mano paralizada y, ante el silencio de estos a su pregunta
sobre si se puede hacer el bien o el mal en sábado, le ordena que la extienda.
Me ha hecho pensar en Inma. Ella es gitana. Le toca sacar adelante la familia con poca colaboración del marido. Alguna vez ha trabajado en casas. Pero su trayectoria es la de una mujer parada y sin posibilidades de emplearse. Está cansada de venir a la parroquia siempre pidiendo.
Justamente hoy ha comenzado una labor que le hemos pedido: limpiar los salones de la parroquia. Me decía: Por fin puedo ser útil. No me parecía bien estar siempre pidiendo y no hacer nada. Hemos llegado a un acuerdo para que a cambio, tenga una pequeña gratificación.
Inma es hoy ese hombre en medio de la sinagoga. Paralizada por una sociedad que no da muchas oportunidades a los gitanos. Paralizada por sistema económico que busca alta rentabilidad. Paralizada por unas leyes que relegan a la marginación a tantos.
Hoy, la comunidad de los seguidores de Jesús, la ha puesto en el centro de sus preocupaciones. Y la ha ayudado a extender sus brazos, a emplearlos en su favor y el de su familia. Inma ha estirado su dignidad en la dirección que Dios Padre quiere. Nadie es inútil para él. Va a buscar operarios hasta la última hora del día.
Gracias Jesús por hacerlo en tu nombre.