24 de febrero de 2020
El sábado pasado en el tanatorio de Ronda de Dalt de Barcelona nos hemos reunidos y reencontrados muchos hombres y mujeres para despedirnos de Quique Roig, un cura por los cuatros costados que ha estado siete años haciendo frente a un cáncer que le ha ido minando poco a poco.
Su ejemplo de fe y servidor para con los pobres ha salido como una explosión de peticiones y agradecimientos durante la ceremonia guiada por Pepe Rodado que ha sido el último compañero presbiteral que ha tenido en la parroquia de San José Obrero en el barrio barcelonés de la Trinitat Nova. El obispo auxiliar de Barcelona Antoni Vadel, que también ha asistido, ha estado discreto en el altar ante tanto recital de testimonios de diferentes personas que han reconstruido como si fuera un rompecabezas la historia de un cura: militantes de la GOAC (Germandat Obrera d’Acció Catòlica) y del MIJAC (Moviment Infantil i Juvenil d’Acció Catòlica), presbíteros, gente de diferentes parroquias, religiosos y religiosas, hermanos de sangre. Mirando a mi alrededor percibí que los más pobres estaban presentes con un silencio reverencial. No podía remediar ese terremoto evangélico al escuchar las palabras de Juan que se llegaron a proclamar en aquella reunión de amigos y amigas de Jesús: “Cuando ya habían comido, Jesús preguntó a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. Pedro le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos.” Volvió a preguntarle: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Pedro le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas.” Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro, entristecido porque Jesús le preguntaba por tercera vez si le quería, le contestó: “Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te quiero.” Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras más joven te vestías para ir a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te vestirá y te llevará a donde no quieras ir.” Al decir esto, Jesús estaba dando a entender de qué manera Pedro había de morir, y cómo iba a glorificar a Dios con su muerte. Después le dijo: “¡Sígueme!”” (Juan 21, 15-19)
Al lado de dos mujeres africanas me encontraba compartiendo esos intensos momentos como la familia espiritual que éramos. De vez en cuando alguna lágrima recorría aquellas mejillas oscuras. Seguro que de sus corazones brotaban experiencias con Quique. Mis cuatro años con él, acompañado de su madre que vivía con nosotros, en el barrio obrero de Llefià (Badalona), fueron expresión de fraternidad presbiteral y escuela de aprendizaje para con los más sencillos y humildes del barrio.
El encuentro del sábado realmente fue un reencuentro con personas que había vivido intensamente en una etapa de mi vida pastoral. Me di cuenta que el paso de los años no borraba estas relaciones humanas cimentadas por el amor. Así, me reencontré con Acacio y Maxi, los padres de Cristina, una chica que había acompañado durante un tiempo. El abrazo que nos dimos no necesitó de muchas palabras. Antes de marchar nos pasamos los respectivos números de teléfono para seguir en contacto. Me quedó la gran sonrisa de Maxi como un suave agradecimiento.
Muchas gracias, Amigo Jesús, por estos reencuentros que hacen posible el sentido de tantos encuentros discretos contigo entre despedidas, abrazos y sonrisas.
Pepe Baena Iniesta. Diócesis de Terrassa