Carta de Robert DAVIAUD (nov.2009) con ocasión del año Sacerdotal

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Pbro. Robert DAVIAUD Noviembre 2009

Responsable General

Asociación de los Sacerdotes del Prado

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Con ocasión del Año Sacerdotal,

Queridos amigos,

Como Asociación que reúne a sacerdotes diocesanos, el Prado se siente directamente vinculado con el “Año Sacerdotal” que desea Benedicto XVI. A través del tema: “fidelidad de Cristo, fidelidad del Sacerdote”, el Papa nos invita, en cada presbiterio, a una profunda renovación interior en nuestra vida de discípulo de Jesús así como a un nuevo dinamismo de nuestro compromiso misionero.

 

Al servicio de Cristo, único Sacerdote, el sacerdocio ministerial de los obispos y de los sacerdotes se ordena al sacerdocio de los fieles. Bajo la guía del Espíritu Santo, se trata de anunciar el Evangelio, de transmitir la vida divina, de reunir y de conducir al pueblo sacerdotal. Así, la creación y la humanidad se ponen, como ofrenda, en las manos del Padre. La misión y la oración de la Iglesia en esta tierra sirven para “la gloria de Dios y la salvación del mundo”.

 

 

 

 

Las palabras de San Pablo proporcionan luz: “…la gracia que Dios me ha dado: la de ser ministro de Jesucristo entre los paganos, ejerciendo el oficio sagrado de anunciar la Buena Noticia de Dios, a fin de que los paganos lleguen a ser una ofrenda agradable a Dios, santificada por el Espíritu Santo” (Rm 15,16). Esta finalidad se expresa particularmente en el compromiso apostólico al centro de nuestras diversas sociedades y en la celebración de la Eucaristía. Así, a todos los bautizados les concierne este tiempo fuerte, y aquí, pienso de manera más precisa en los miembros de nuestro Instituto, obispos, sacerdotes, laicos consagrados y personas asociadas.

Un momento de acción de gracias

Nuestra primera actitud es la de la alabanza al Padre, por Jesucristo, muerto y resucitado, «él, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros» (Rm 8,34). El Espíritu Santo nos ha entregado a la Iglesia para representar a Cristo, único Maestro, único Sacerdote, único Pastor y único Esposo, a fin de permitir que el mundo tenga vida en abundancia. Esta elección determina la totalidad de nuestra existencia, embargada por Cristo y su misión. A pesar de las dificultades que pueden surgir, agradecemos al Señor y a la Iglesia por este camino de servicio y de alegría.

Nuestra alabanza se extiende a las diferentes figuras de sacerdotes que nos dan testimonio de una vida entregada al seguimiento de Cristo y totalmente comprometida con el trabajo en la obra del Padre. El Papa subraya el valor de la santidad y la ejemplaridad de Juan María Vianney. A través de su pobreza, su oración intensa y su sentido de la gracia recibida cuando celebraba los sacramentos de la reconciliación y de la Eucaristía, en su preocupación por la salvación de la gente y su entera disponibilidad para ser “un pastor según el corazón de Dios”, el cura de Ars nos muestra cómo actúa el Espíritu Santo en una persona por el bien de la Iglesia.

En la familia del Prado, por supuesto que también damos gracias por la figura del Padre Chevrier, que conoció al Cura de Ars y lo tuvo en alta estima. En el contexto de un barrio desfavorecido de una gran ciudad, el apóstol de la Guillotière, cercano a los más pobres y verdadero educador de la fe, en particular de los niños y los jóvenes, supo aplicar la gracia recibida de Dios en su oración ante el pesebre en Navidad de 1856.

Apasionado por Cristo y por la Palabra de Dios, se sintió particularmente llamado a formar sacerdotes capaces de servir a Cristo ante las poblaciones más desprovistas. En este año del sacerdocio, nos sorprende la actualidad del ideal sacerdotal que el Padre Chevrier escribió sobre los muros de una cabaña donde realizaba retiros, en Saint Fons, para trabajar el Evangelio y orar. Sucede lo mismo con el libro que nos dejó como manual de formación: «El Sacerdote según el Evangelio o El Verdadero Discípulo de Nuestro Señor Jesucristo»

Nuestra alabanza puede englobar también a otros sacerdotes que recordamos. Las diversas Iglesias en otras partes del mundo están invitadas a apreciar las figuras de sacerdotes que han marcado su historia. En el Prado mismo, damos gracias al Señor por los compañeros que nos han dejado un buen testimonio. Pienso en particular en Alfred Ancel por el lugar que ocupó en nuestra familia y en la Iglesia. Supo poner en evidencia el carisma del Padre Chevrier en una fidelidad constante hacia los más pobres y en una preocupación por extender ampliamente el impulso misionero del Prado.

Me permito citar aquí algunos nombres de hermanos pradosianos que des bueno conservar en la memoria: Pepy Haas (Austria), Karlheinz Beichert (Alemania), René Guerre (Brasil), Eugène Nzau (RD Congo), Roberto Reghellin (Italia), Claude Collaudin (Vietnam), Carlos Alberto Calderon (Colombia), Luis Maria Martin (España), Yong You (Corea), Manuel Pimentel (Portugal). Ustedes pueden agregar muchos otros nombres a esta lista. Nosotros alabamos a Dios por su testimonio y por el lugar que ocuparon en la evangelización de los pobres, en su propio país o bien en la Iglesia donde fueron enviados. En la comunión de los Santos, creemos que siguen apoyándonos.

Un momento para la conversión del discípulo

Para el Padre Chevrier, no hay apostolado sin un apego profundo a la persona de Cristo, pues él es quien nos toma bajo su servicio; pues es en él, con él y por él que servimos al pueblo de Dios. No hay misión ante los pobres si no seguimos el ejemplo de Cristo pobre, si no lo tomamos como único maestro y nos convertimos así en su verdadero discípulo, en toda la radicalidad evangélica. Estas palabras de Jesús nos proporcionan el sentido: «Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27).

Jesús se nos revela en su identidad, como Hijo de Dios. Él eligió dejarnos compartir el conocimiento que lo une a su Padre y que se expresa al centro de la Trinidad. Comprendemos la insistencia del Padre Chevrier: «Conocer a Jesucristo lo es todo. Ningún estudio, ninguna ciencia debe preferirse a esta. Este único conocimiento puede hacer sacerdotes» «Es la clave de todo. Conocer a Dios y a su Cristo, ahí está todo hombre, todo sacerdote, todo santo». Él lo confirma en otra cita: “Estudiar a Jesús en su vida mortal, en su vida eucarística, ese será mi único estudio”.

Esto se concretiza particularmente en «el estudio de Evangelio» y la oración tal como los practicaba Antonio Chevrier, al centro de su apostolado. Ahí hay un verdadero compromiso para conocer, amar y seguir mejor y más de cerca a Jesucristo, en los desafíos que se nos presentan. Con demasiada frecuencia, la carga de trabajo o nuestra negligencia nos impiden tomar el tiempo necesario. Estas sencillas preguntas pueden guiarnos, para evitar cualquier hipocresía: ‘¿Cuál es el contenido de mi Estudio de Evangelio en estos días? ¿En qué momento y en qué lugar decido realizar este trabajo? ¿Con quién voy a compartirlo? (equipo, Padre espiritual, comunidad cristiana,…)’

En el misterio de la Eucaristía, Jesús nos revela el amor sin límite de Dios por la humanidad, un amor vivido hasta el límite cuando se entrega a sí mismo como pan de vida venido del Cielo. «Tomen y coman, éste es mi cuerpo entregado por ustedes». Reconocemos el privilegio que tenemos, en medio de los cristianos, de presidir en nombre de Cristo, cada Misa. En el Prado, descubrimos ahí el sentido de la caridad pastoral y el de una vida entregada a Jesús y abierta sin reserva a los más humildes.

La Eucaristía nos conforta en la elección del celibato, consolidando nuestra unión al Señor y nuestra comunión eclesial. Conocemos las alegrías de nuestro estilo de vida, pues imita al de Cristo. Conocemos también las dificultades que provienen de la cultura que nos rodea y de nuestras propias fragilidades. Podemos resentir el sufrimiento del aislamiento. Ahí hay un fuerte llamado a velar por nosotros mismos y a apoyarnos fraternalmente en la verdad. Al igual que sucede con la fidelidad del estudio de Evangelio, el equipo del Prado es un lugar determinante de vida comunitaria para enriquecer nuestra fidelidad en una vida entregada sin reserva a Cristo, a la Iglesia y a los más pobres.

Un momento para la conversión del Pastor

El Cura de Ars y el apóstol de la Guillotière estaban habitados por la urgencia de la misión y de la salvación «de los pobres, los ignorantes y los pecadores». Compartían el sufrimiento y la piedad de Jesucristo ante las personas en camino de perdición. Estos dos hombres se identificaban completamente con su ministerio. A nosotros los sacerdotes, nos acechan dos riesgos: sea el considerarnos a nosotros mismos como hombres de función sin entregar en verdad la totalidad de nuestra vida, sea el caer en cierto clericalismo en el que olvidamos las actitudes fundamentales del servicio de Dios y de la valorización de los dones del Espíritu Santo otorgados a los cristianos para el crecimiento del Cuerpo de Cristo.

Constantemente, en cooperación con nuestros obispos que llevan sobre sí «la plenitud del sacramento de la ordenación», estamos invitados a seguir el ejemplo de caridad pastoral del Enviado del Padre que nos dice: «Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí –como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas» (Jn 10,14-15). En Jesús, la misma calidad de encuentro marca su relación con el Padre y su relación con las personas por quienes entrega su vida, como podemos contemplar en el misterio pascual.

Estamos invitados a conocer a las ovejas como Cristo las conocía. ¿Quiénes son los pobres, los que sufren, los despreciados a nuestro alrededor? ¿Cuántas son las personas que conocen el hambre (¡más de mil millones!), que se encuentran sin trabajo, lejos de su país, afrontadas por la enfermedad, la violencia de la sociedad o de la familia? ¿Cómo unirnos a los más pobres, compartir su vida, su alegría, su dificultad, su lucha? ¿Cómo estar a la escucha de sus expectativas profundas y discernir en ellas el trabajo del Espíritu Santo?

Cristo afirma no sólo que él conoce a las ovejas, sino también que las ovejas lo conocen a él. El sacerdote, en seguimiento del Buen Pastor, deja que se transparente en su persona y a través de su ministerio la unión profunda que lo une a Dios. Compartir la condición de los pobres no basta. ¿Cómo nos damos a conocer? La fórmula del Padre Chevrier siempre hace eco: «Hay que convertirse en buen pan» «El sacerdote es un hombre comido». ¿Puede la gente, y particularmente los niños y los jóvenes, descubrir el rostro de Cristo a través de nuestro testimonio y de nuestra vida entregada? ¿Puede encontrar el buen pan que viene de Dios a través de nuestro ministerio?

Muchos elementos impulsan a los cristianos y a nosotros mismos al valor de la misión ante la gente más pobre. Estamos conscientes de la urgencia del testimonio en el contexto actual con las evoluciones con frecuencia rápidas que marcan a nuestros pueblos. La mirada teológal sobre la gente y los acontecimientos es más que nunca indispensable. ¿Cómo ver y discernir según Dios? No hay que esconder los obstáculos al recibimiento de la fe cristiana, como el materialismo o el relativismo ambiente, la sed de acaparar y dominar, la multiplicidad de propuestas espirituales contradictorias, la dificultad de realizar compromisos duraderos, el rechazo de Dios y las persecuciones, el pecado de los hombres y el nuestro,…

Sin embargo, lo más importante es permanecer abiertos a los signos del Espíritu y al sorprendente trabajo de Dios. La sed de autenticidad de muchos, la conciencia de la fragilidad de nuestro ambiente y de las terribles desigualdades, la sed de Dios en muchas regiones del mundo, las migraciones con personas que tienen fe en Dios, las posibilidades de los medios de comunicación… representan una especie de punto de apoyo para avanzar. Sin embargo, lo esencial es permanecer atentos a las nuevas figuras de santidad que Dios hace surgir a nuestro alrededor y al testimonio de comunidades fervientes y gozosas.

«Catequizar a los hombres es la gran misión del sacerdote hoy en día» Aunque hay que cuidar a la Iglesia que se reúne habitualmente, sabemos que se nos envía a toda la población. ¿Cómo salir ahí donde el Espíritu está trabajando, para reanimar la fe de los bautizados que se alejan, o bien para un primer anuncio del Evangelio, incluso en países de antigua cristiandad? El Prado ya no tiene obras propias, aparte del seminario en Limonest. Sin embargo, ¿cuál es nuestra aportación específica a la misión de cada diócesis y de la Iglesia universal?

¿No sería necesario que algunos sacerdotes pudieran ser incardinados de nuevo en la Asociación, a fin de mantener las disponibilidades indispensables para la formación y la misión del Prado, en el marco definido por las Constituciones en el N° 111? Conocemos los llamados de la Iglesia para realizar nuestra parte de la animación espiritual de los sacerdotes diocesanos y de los apóstoles al servicio de la evangelización de los pobres. Se plantea la cuestión de la renovación del Prado en Iglesias donde nuestra presencia es antigua, como por ejemplo en África del Norte. Conocemos también la dificultad de encontrar pradosianos que puedan asegurar la fundación y la formación, en los lugares donde aparecen nuevas demandas.

Nuestros obispos saben que, junto a muchos otros, estamos disponibles para las parroquias y para las misiones más cercanas a los pobres, así como para todas las tareas de formación de seminaristas y de apóstoles para los pobres. Con nuestros límites y debilidades, nos apasiona este trabajo misionero a fin de que la memoria de Jesucristo no se pierda y que puedan reunirse comunidades vivas de discípulos. Es por ello que tratamos de reconocer y de despertar nuevas vocaciones. «El sacerdote es un hombre despojado». No es dueño ni de su palabra ni de la comunidad. La pobreza y la humildad son signos de que seguimos bien el camino de la encarnación que fue el camino del Verbo de Dios. «Es en la pobreza donde el sacerdote encuentra su fuerza, su poder y su libertad».

¡Que el Espíritu Santo (se nos invita a pedirlo cada día) nos dé «una caridad fuerte e iluminada» en un profundo apego a Jesucristo y un gran amor por las personas y grupos humanos hacia quienes somos enviados! Este es el misterio pascual que salva. «El sacerdote es un hombre crucificado». No puede evitar que se le asocie a la pasión de Cristo, teniendo siempre la certeza de la victoria de la mañana de Pascua. Así, sin descuidar la indispensable organización de la pastoral, sabe quién es el verdadero actor y dónde se encuentran los frutos del Espíritu.

En conclusión

La Virgen María nos hace ver de diferentes maneras cuál es la verdadera actitud misionera. La narración de las bodas de Caná nos indica su atención a lo que sucede, así como su fe en el poder de su Hijo. Así, ella hace su parte para que tengan éxito las bodas entre Dios y la humanidad. Al Padre Chevrier le gustaba comentar la escena de la Visitación con estas palabras: «¡Qué hermosos somos cuando llevamos a Dios con nosotros… María llevaba la gracia en ella y la esparcía a través de todo su ser: sus palabras, sus gestos, sus acciones». En esto, María nos muestra la fe del discípulo y la presencia del apóstol. Ella es un punto de apoyo para llevar a cabo con entusiasmo la misión que se nos confía.

Nos preparamos a celebrar el 150 aniversario de la fundación del Prado, en 2010. Es una valiosa ocasión para dejar que el Espíritu Santo nos una siempre y cada vez más al Enviado del Padre y para renovar nuestra audacia misionera. Concluyo con estas palabras de aliento del fundador del Prado: «No se desalienten. Sé mejor que nadie cuán difícil es realizar la obra de Dios, y nunca mejor que ahora comprendo cuánto se necesita ser Santo para hacer algo. Oren para que me convierta en Santo, para hacer algo; oren para que me convierta en un poco santo, para que me llene del Espíritu de Dios. ¡Oh! ¡Cuánto lo necesito yo y lo necesitan todos ustedes!; tengan siempre una gran y precisa idea de su sublime vocación. Debemos transmitir la fe a los demás y comunicarles un poco el amor de Dios, esto es muy bello y nada debe desalentarnos de este camino. En el Evangelio, Nuestro Señor dice: yo soy el buen Pastor y doy mi vida por mis ovejas; si nosotros no damos nuestra vida de golpe, demos una pequeña parte todos los días y seremos imagen del verdadero Pastor» (L.189).

Robert Daviaud (Noviembre 2009)