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Domingo 17º T.O. - C

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Propuesta de José María Tortosa Alarcón

QUE NO SE ENFADE MI SEÑOR SI SIGO HABLANDO

 

Cuando estaba preparando este comentario se me ha venido a la cabeza la palabra “regateo”. ¡Sí! esa palabra que usamos en términos comerciales para conseguir comprar algo a un precio más barato del que pone en la etiqueta. Hay culturas que si no regateas, parece que no estás comprando.

Pues bien, Abrahán en Génesis 18,20-32 utiliza esta artimaña con Dios para impedir que se destruya la ciudad de Sodoma porque puede que no encuentre a nadie inocente.

¡Menuda osadía la de Abrahán! “Que no se enfade mi Señor si sigo hablando”. Pero, también ¡cuánta comprensión de parte de Dios! ¡Qué paciencia! Todo un ejemplo a tener en cuenta en nuestras relaciones personales, en nuestra vivencia de la fe y en nuestro modo de relacionarnos con Dios. No cabe duda que Dios es eternamente misericordioso y que no está “eternamente enojado” como dice la letra de un canto de semana santa que bien podría desaparecer de los cancioneros y de la piedad popular, porque ¡qué mal habla de Dios! Dios no está eternamente enojado, sino eternamente enamorado de sus creaturas y sus criaturas. Es un amor apasionado que le llevó a enviar a su propio Hijo.

Por eso, el salmo 137 que hoy “cantamos” nos da la clave para entender a Dios: “Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste”. ¡Claro que sí! “Daré gracias a tu nombre por tu misericordia y tu lealtad… Cuando camino entre peligros me conservas la vida… Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”.

Necesitamos ponernos a los pies de Jesús, el Maestro y pedirle, como sus discípulos, que nos enseñe a orar (Lc 11,1-13), no de forma ritual y de corrido, sino con un estilo, con un talante que lleve como notas propias la confianza en Dios y el compromiso personal y comunitario; que cualquier sitio sea un lugar adecuado para la oración. Pedirle que nos enseñe a comprender el verdadero rostro de su Padre (Abba, papaíto, “papi”), que nos enseñe a pedir, que nos enseñe a vivir, que nos enseñe a perdonar; en definitiva, que nos enseñe lo fundamental para vivir una vida feliz y una vida comprometida, una vida con sentido. “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre... Si vosotros, pues que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”. Con todo ello, Jesús nos anima a pedir, a buscar, a llamar incasablemente animados por una confianza sin límites. Nos invita a rezar el Padrenuestro como la expresión de una actitud, de un estilo de vida identificada y enamorada del proyecto de Dios.

“Dios no se interesa sólo de lo que es suyo –el nombre, el reinado, la voluntad divina-, sino que se preocupa también por lo que es de los hombres, -el pan, el perdón, la tentación, el mal-. Igualmente, el hombre no sólo tiene en cuenta lo que le preocupa para poder vivir –el pan, el perdón, la tentación, el mal-, sino que se abre también a lo concerniente a Dios Padre –la santificación de su nombre, la llegada de su reinado, la realización de su voluntad-... Lo que Jesús unió –la preocupación por Dios y la preocupación por nuestras necesidades- nadie lo ha de separar”.

En definitiva, le pedimos a Jesús que nos enseñe a tener pasión por el ser humano, por su realización y su dignidad… y, a tener pasión por Dios. Pasión por el cielo y pasión por la tierra, dos cosas que siempre han de ir unidas en el ser cristiano.

José Mª Tortosa Alarcón. Presbítero en la Diócesis de Guadix-Baza

 

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