Josep María Romaguera i Bach. Diócesis de Barcelona
La liturgia de este domingo da un pequeño salto respecto del texto del pasado domingo. Omite la oración de alabanza (Lc 10,21) que Jesús hace al Padre después de la misión de los setenta y dos, y alguna otra omisión. Sin embargo, los discípulos, los pequeños siguen descubriendo el Reino que el Padre les ofrece. Por otro lado, los sabios y entendidos siguen cerrados a la novedad. Hoy se proclama el evangelio del buen samaritano. En ella nos invita a contemplar al que sufre y a sentirnos prójimos de ellos, como Jesús, buen samaritano. No es cuestión teórica, sino práctica.
Pauta para el Estudio de Evangelio personal o compartido en grupo
1. Oración para pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y amar a Jesucristo y, de este modo, poder seguirle mejor y darlo a conocer
2. Anoto algunos hechos vividos esta última semana
3. Leo/leemos el texto. Después contemplo y subrayo
4. Anoto lo que descubro de JESÚS y de los demás personajes, la BUENA NOTICIA que escucho... ¿Cómo me acerco a Jesús? ¿Cuál es el interés que tengo en conocerlo?
5. Desde el evangelio, vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi alrededor... Como el Samaritano, que detiene su camino, me detengo para contemplar a las personas que tengo cerca, y ver a las que necesitan ser amadas, atendidas, escuchadas … y a las que se comportan como prójimo de los demás ...
6. Llamadas que me hace –que nos hace– el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso(s)
7. Oración. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo...
Notas por si hacen falta
Notas para seguir el hilo del Evangelio
- La liturgia de este domingo da un pequeño salto respecto del texto del pasado domingo y omite (¡qué lástima!) la oración de alabanza (Lc 10,21) que Jesús hace al Padre después de la misión de los setenta y dos. También omite la bonita bienaventuranza (Lc 10,23-24) que dedica a los discípulos que regresan de anunciar el Reino de Dios: Dichosos por lo que veis y oís. Y, entre ambas omisiones, un versículo (22) sobre la relación entre el Padre y el Hijo. Repito: ¡qué lástima! Tomemos el Nuevo Testamento y leámoslo para disfrutar un rato.
- Pero seguimos donde estábamos. Los discípulos, los pequeños, son dichosos porque están descubriendo el Reino que el Padre les ofrece. Y, al mismo tiempo, los sabios y entendidos, representados por este “maestro de la Ley” (25), siguen cerrados y no se dan cuenta de la novedad.
Notas para fijarnos en Jesús y el Evangelio
- Para interpretar adecuadamente la parábola del samaritano, como cualquier otra parábola, hay que tener presente el contexto en el que es dicha. En este caso, Jesús la dice en plena controversia con “un maestro de la Ley” (25.29), alguien que conoce bien la “Ley” y que, por otra parte, pretende “ponerlo a prueba” (25) y “justificarse” a si mismo (29). Es decir, alguien que no habla con Jesús con ganas de conocerlo ni de profundizar con Él en “la vida eterna” (25). Alguien que no quiere verse comprometido en aquello que él mismo enseña: “la Ley”.
- Jesús le devuelve la cuestión provocando que el “maestro” responda con lo que “la Ley” dice. Efectivamente, la respuesta que da es lo que todos los judíos saben de memoria, aquello que siempre tienen en la boca (Dt 30,14): “Amarás al Señor... y al prójimo...” (27; Dt 6,5; Js 22,5; Lv 19,18). De esta manera, aquel hombre se puede dar cuenta de que “heredar la vida eterna” (25) está a su alcance si no olvida que “la Ley” también pasa por el corazón (Dt 30,14), no sólo por la boca. En cualquier caso, Jesús ratifica la respuesta del maestro: “haz esto y tendrás la vida” (28), no te limites a decirlo.
- La parábola es la respuesta a la segunda pregunta del “maestro”: “¿quién es mi prójimo?” (29). Y provoca que los samaritanos (33), que tradicionalmente han aparecido como enemigos de la religión y del pueblo de Israel, aparezcan ahora como “prójimo” (29) a quien amar (27). Es decir, el prójimo no es sólo el que “cayó en manos de unos bandidos” (30) sino, especialmente, aquel “que practicó la misericordia con él” (36-37), sea judío o sea samaritano.
- La pregunta (29) del “maestro de la Ley” la hace “queriendo justificarse” (29), según dice Lucas. Quiere mostrar que es justo (Lc 18,9). O quiere justificar la pregunta que había hecho antes, al estilo de quienes buscan excusas. A estos, la misma Escritura ya les advertía que la Ley dada por Dios no está en el cielo, no vale decir [...] ni está más allá del mar, no vale decir [...] (Dt 30,10-14, primera lectura de la misa). Es una pregunta que implica, de entrada, una respuesta restrictiva; es decir, da por supuesto que no todo el mundo tiene que ser amado.
- El camino de “Jerusalén a Jericó” (30) recorre más de 25 km por el desierto de Judea y en aquel tiempo era un lugar ideal para los bandidos.
- El sentido que tiene que el “sacerdote” y el “levita” (31-32) “pasen de largo” es que pueden dar al hombre por muerto y tienen que evitar contraer impureza ritual tocando un cadáver, según también está escrito en la Ley (cf. Lv 22,4). En cualquier caso, aunque estos dos no son los protagonistas de la parábola, Jesús denuncia en ellos la falta de amor y de compasión en aquellos hombres del Templo, hombres que podían haber leído la Ley con otra mirada.
- Samaría era una región situada al norte de Judea. Los samaritanos y los judíos mantenían una fuerte enemistad entre ellos. Para los judíos, los samaritanos eran extranjeros.
- Un denario era una moneda romana de plata de unos 3,8 g, equivalente al jornal de un trabajador del campo de la época (cf. Mt 20,2).
- A Jesús no le preocupa la cuestión teórica de quien es el “prójimo” (29). Ésta siempre es una cuestión práctica (36) y, por eso, con la parábola propone un modelo a imitar. Además, hace ver al “maestro de la Ley” que “el prójimo” no son únicamente los miembros del propio pueblo sino cualquier persona: la misericordia no tiene fronteras.
- Jesús, el auténtico buen samaritano, termina el diálogo con la invitación al maestro de la Ley y a nosotros a vivir como discípulos suyos: “anda, haz tú lo mismo” (37).