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Domingo 5º Cuaresma - A_2023

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Estudio de Evangelio. Ginés Pardo García, diócesis de Orihuela-Alicante

 

26 de Marzo 2023. Jn 11, 1-45 

          Este texto de hoy nos sitúa en el cercano final de la cuaresma, y nos presenta la muerte de Lázaro con unos rasgos que preludian ya la luz de la Pascua. Nos presenta la muerte como ese final que no podemos evitar y al que nos vemos abocados, pero que ante la intervención de Jesús adquiere otro sentido.
 
         Los primeros versículos de este capítulo nos presentan que había cierto enfermo, Lázaro, que era de Betania  (Jn 11, 1) y a sus hermanas Marta y María, amigas de Jesús, que abrumadas por la situación que están viviendo, desbordadas por la imposibilidad de hacer más de  lo que han hecho, dolidas por no poder  poner fin al sufrimiento, desesperanzadas por lo que parece no tener salida,  le mandaron  recado a Jesús: Señor, mira que tu amigo está enfermo (Jn, 11,3). Pero aunque ha recibido el mensaje no acude de inmediato, es más, se pone en camino cuando Lázaro ha muerto, cuando ya humanamente no hay nada que hacer, y eso que Betania dista poco de Jerusalén, unos tres kilómetros.
 
          Jesús  retrasa su llegada  y eso hace aflorar interrogantes y reacciones ante sus discípulos y las mismas hermanas, que no entienden su explicación, eso de que esta enfermedad no es para muerte sino para la gloria de Dios (Jn 11,4). Menos entienden cuando Jesús les manifiesta  la certeza de que Lázaro ya está muerto y es entonces cuando decide acudir (Jn 11,14). Lo que conlleva la incertidumbre entre los suyos: ¿a que ir si ya no hay nada que hacer?. Sobre todo teniendo en cuenta que el rechazo farisaico a Jesús, hace temer por su vida, situación ante la que, de manera espontánea, y sabiendo que podría ser también el final físico de Jesús, Tomás, el apóstol, propone: vamos también nosotros a morir con Él (Jn 11, 16) en un  rasgo de fidelidad al maestro de carácter heroico, que excluye otra solución más noble que esa. Era complicado en ese momento entender y  aceptar el me alegro de no haber estado allí,  para que lleguéis a creer (Jn 11 15). A nosotros en ocasiones también nos pasa como a  Tomás, que estamos más proclives al heroísmo que a la esperanza. Pienso de manera especial en tantas situaciones de la vida eclesial que parecen dirigirse a la muerte: movimientos apostólicos y  vocaciones sacerdotales y religiosas en clara disminución, instituciones eclesiales desacreditadas o la especial incapacidad cultural de nuestro tiempo para creer en Cristo resucitado, por citar algunas, que nos hacen situarnos en posturas heroicas: a pesar de todo creer en Jesús que es con quien podemos aceptar morir y hasta identificarnos con él como su mellizo Tomás, sin darnos cuenta que la fe nos lleva a la esperanza de la vida más que al heroísmo de la muerte.
                     
               El ambiente con el que Jesús se encuentra en Betania cuando llega, es un ambiente de duelo en el que paradójicamente, las dos personas más afectadas, más dolientes por la muerte, son quienes están más atentas a Jesús, a quien reciben desde la extrañeza por su ausencia, estando tan cerca,  y  con una cierta esperanza, desde el si hubieras estado aquí…al aún ahora sabemos (11 21-22).
 
               Juan nos presenta al resto de personas que han ido por la muerte de Lázaro, con la intención de acompañar el dolor, como que es lo único que se puede hacer, como pasa en nuestros tanatorios, a los que en tantas ocasiones vamos solo a compartir el dolor más que la esperanza. Nos falta estar como ellas, más cerca del maestro  que del duelo, no solo en ocasión de la muerte física de las personas que queremos sino, como en las ya citadas ocasiones de fracaso, mortandad y acabamiento de nuestra ilusiones, tareas y programas a las que tanto de nuestra vida van vinculadas.
Serán precisamente Marta y María las que a pesar del reproche inicial siguen manifestando un talante de creyentes, Jn 11 21-22. Serán las que a pesar de la muerte experimentada tendrán palabras de fe en Jesús, aunque ya Lázaro lleve cuatro días muerto y   ya huela mal pero, incluso ahora, sé que todo lo que le pidas a Dios, Dios te lo dará ( Jn 11, 22).
 
              Con ellas y los discípulos, Jesús  se acerca al sepulcro que estaba en una cueva y cubierto con  una losa, con una evidencia tal de la muerte que  lo hace con lágrimas en los ojos (Jn 11 35) y reprimiendo su dolor. No es una muerte aparente la que Juan nos presenta. Como no son aparentes las muertes de los cayucos y demás embarcaciones naufragadas en el  cementerio mediterráneo, como no son aparentes las muertes de la guerra de Ucrania , o de los terremotos, o de hambre, o de epidemias y tantísimas otras ocasiones. Son muertes para echarnos a llorar como Jesús, con un llanto que, como el suyo, brote del amor: mirad cuanto lo quería (Jn 11, 36).
 
               Al llegar al sepulcro Jesús dijo: Quitad la losa (Jn 11, 39). Es posiblemente la expresión que nadie esperaba, es la expresión que reta a la muerte y es lo que cualquier  creyente está llamado a escuchar en cualquiera de las situaciones de mortandad en que se encuentre. Y a escuchar  la pregunta clave también a nosotros: ¿crees esto? (Jn 11, 26)  porque es la fe la que nos lleva más lejos que la misma muerte física, es la fe la que nos  hace pasar a  la vida incluso cuando la muerte aparezca como  futuro, es en definitiva la misericordia del Padre, gracias Padre por haberme escuchado (Jn 11, 41), quien ha puesto otras lecturas a la misma vida que muere, a quienes cargan con un pecado que les lleva a la muerte y a quienes cargan con situaciones de muerte por obra del pecado. Será el grito de Jesús quien saque a Lázaro del lugar de la muerte: ¡Lázaro, ven fuera! (Jn 11, 43). Al creyente no le corresponde la muerte, pues incorporado a Cristo en el bautismo sigue viviendo, y será también la exhortación de Jesús a quitarle las vendas,  la que invita a la comunidad a traducir en la práctica la nueva convicción de que el discípulo no está sometido a las ataduras de la muerte.
Esa  nueva convicción es la  que estamos llamados a acoger,  para vivirla en nuestra propia experiencia de muerte, para ser estímulo en nuestra lucha contra todo lo que mata a la persona, para no caer en el derrotismo del total, vamos a morir. El discípulo, la comunidad cristiana, no siempre estamos atentos a la orden sal fuera que se nos dirige a nosotros como a Lázaro y ese no estar atentos se traduce en dificultades para vivir el Evangelio, para apostar por quienes están sin techo, o sin futuro, o lastrados por situaciones de muerte de su vida presente o pasada. Es más,  nosotros estamos llamados a imitar a Jesús también en llamar a la vida, en confiar en el Padre, en esperar a pesar de las vendas paralizantes y las losas pesadas, es más,  en ayudar a salir y quitarse las vendas a quienes viven paralizados, en poder confiar siempre en la fuerza del bautismo para iniciar una nueva vida.
 
              En este tiempo prepascual estamos necesitados de plantearnos si efectivamente confiamos en la fuerza de nuestro bautismo.