Imprimir

Domingo 5º T.O. - A_2023

Visto: 657

Estudio de Evangelio. Oriol Xirinachs Benavent, diócesis de Barcelona

 

5 febrero 2023. Mt 5, 13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo»
 
 
Después de enseñar a las multitudes, ahora Jesús se dirige a los discípulos. Como buen maestro antes de enseñar a los demás él vivirá aquello que pide y espera de los demás. De entre todos los “yo soy” no está la sal pero sí la luz: «–Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12) sin embargo puede aplicársele el mismo criterio.
 
Podemos empezar por mirar algunos rasgos comunes tanto para la sal como la luz. Su esencia y su sentido están en función de otra realidad; ninguna de las dos tiene sentido para si mismas. Jesús es ‘el hombre para los demás’ y sus discípulos han de seguir el mismo camino: «Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo» (Rom 14,16). Ni el amor ni la fe son nada si no se traducen en obra: «¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos no lo demuestran? (St 2,14), o «que nuestro amor no sea solamente de palabra, sino que se demuestre con hechos» (1Jn 3,18). Lo mismo se puede aplicar a la Iglesia, tal como era el título de aquel libro de Jacques Galliot: “Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada”.
 
La razón de ser y la función, por tanto, de la sal y la luz, son estar en medio del mundo, como el mismo Jesús: «Yo te he glorificado aquí en el mundo, pues he terminado lo que me encargaste que hiciera» (Jn 17,4), y ahora son ellos los que han de seguir haciendo esta presencia: «Como me enviaste a mí al mundo, así yo los envío» (Jn 17,18). Pero advirtiéndoles que para poder cumplir su función tendrán que luchar para no identificarse y disolverse en él: «Así como yo no soy del mundo, tampoco ellos son del mundo» (Jn 17,16). Y san Pablo repetirá: «No viváis conforme a los criterios del tiempo presente» (Rom 12,2). Es un peligro contra la que el papa Francisco insiste repetidamente: «El Mentiroso (el diablo) busca mundanizar a los seguidores de Cristo y hacerlos inocuos»; (misa con los nuevos cardenales creados durante el Consistorio Ordinario Público, celebrado el pasado sábado 27 de agosto de 2022)
 
Sal y luz están en función de toda realidad creada, para que pueda potenciar-la sal- y manifestar –la luz- toda la riqueza y verdad ocultas o en germen. Jesús sabe ver aquello que esta oculto a nuestras miradas; ve el interior del corazón y lo pone a la luz de la gente como ejemplo y guía. Ve la moneda de la viuda (Lc 21,2-3), a Zaqueo y su deseo de conversión (Lc 19); o la mujer que padecía pérdidas de sangre (Mc 5), y muchos mas. Pero precisamente por tener esta función, su presencia y acción no pueden excederse; demasiada sal estropea la comida y demasiada luz deslumbra. Jesús se esconde o desaparece después de actuar; cuando pretenden hacerle rey (Jn 6,13), o después de alguna curación (Jn 9), (Jn 5). Por esto pedirá discreción y sencillez a sus discípulos: «No practiquéis vuestra religión delante de los demás sólo para que os vean» (Mt 6,1). Incluso unas buenas obras cuando buscan este exceso pierden su posible valor: «Os digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa perdonado por Dios; pero no el fariseo. Porque el que a sí mismo se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido» (Lc 18,15). En el momento actual, en el que la Iglesia ha dejado de tener una presencia social considerable, Benedicto XVI recordaba que tenía que ir en la línea de «comunidades significativas»
 
Jesús actuará siempre, no buscando su gloria sino la del Padre, cuyas obras ha venido a realizar: «Yo no acepto honores que vengan de los hombres. Además, os conozco y sé que no amáis a Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre y no me aceptáis; en cambio aceptaríais a cualquier otro que viniera en nombre propio. ¿Cómo podéis creer, si recibís honores unos de otros y no buscáis los honores que vienen del Dios único?» (Jn 5,41-44). Por esto es por lo que Jesús quiere que nuestras obras busquen la gloria de Dios, ya que solamente entonces serán obras que realizan su plan de salvación, de acuerdo con el principio de san Ireneo: «La gloria de Dios es que el hombre viva». Y por tanto, es la labor sencilla y servicial escondida, que no tapada, la que permite que hoy podamos seguir creyendo que el Reino de Dios avanza.
 
Señor, en este mundo nuestro que tú nos has dado, que ha perdido el sabor de tu Evangelio y anda en las tinieblas, haznos sal y luz que renueve todas la cosas y les devuelva su claridad original, para que resplandezca en ellas la belleza y la bondad con las que tú, en el primer día, las creaste y las veías buenas.