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El bautismo del Señor - A_2023

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Pauta para Estudio de Evangelio. Josep Maria Romaguera Bach, diócesis de Barcelona

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Estudio de Evangelio. Agustín Sánchez Pérez, diócesis de Canarias

 

8 enero 2023. Mateo 3, 13-17
 
El evangelio de San Mateo se salta toda la infancia y adolescencia de Jesús. Después del encuentro de los Magos, donde este Niño se manifiesta a todos los pueblos, va directamente a la presentación de Juan el Bautista y el bautismo de Jesús de Nazaret. Descubrimos, una vez más, la Novedad y la Sorpresa de Dios, que nos va mostrando su proyecto salvador. Lo profetizado en los Cánticos del Siervo por el profeta Isaías, ahora se manifiesta de forma clara: "no gritará, no clamará, no voceará por las calles"; él es "mi elegido, en quien me complazco".
 
Impresiona ver que cuando Juan estaba bautizando a todos aquellos que, sintiéndose pecadores, buscaban y apostaban por algo nuevo, en medio de todos, como uno más, está Jesús de Nazaret, el hijo de María, como si necesitara conversión, él, que "no conocía el pecado", como nos recordará San Pablo (2 Co 5, 21). Es la Novedad de Dios, es la Sorpresa de Dios que sorprende incluso al Bautista: "Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?" Juan ha ido anunciando la presencia de alguien que es más fuerte que él, que tiene el bieldo en la mano y quemará la paja en una hoguera que no se apaga. Y se encuentra ante él a Jesús, el de Nazaret, que pide ser bautizado. El Creador, pide ser creado, el Salvador pide ser salvado. Dios siempre nos sorprende con su actuar. Por eso la respuesta de Jesús expresa la realidad profunda: "Conviene que así cumplamos toda justicia", expresando esta "justicia", tan frecuente en Mateo, la voluntad de Dios, que se convierte en alimento para Jesús (Jn 4, 34).
 
Y en el gesto del bautismo, se produce la revelación de la identidad de aquél que está siendo bautizado: Un signo: "se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él". Se cumple la profecía de Isaías: "Sobre él he puesto mi Espíritu". Es la unción por el Espíritu. Jesús, que fue concebido por obra del Espíritu Santo (Mt 1, 18.20), ahora es ungido por el mismo Espíritu, poniendo en marcha su misión que inaugura el Reino de Dios. Esto lo recuerda también San Pedro: "Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo" (Hech 10, 38).
Y no solo el signo, sino también la Palabra viene a confirmar la identidad de aquel hombre de Nazaret: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco". Ya el  Cántico del Siervo habla de "mi elegido, en quien me complazco". Aquí claramente se afirma que este elegido es el Hijo amado del Padre. ¡Qué revelación y qué Sorpresa la de Dios! Un simple hombre de Nazaret, es nada menos que el Hijo amado de Dios Padre. Ante este misterio revelado, no nos queda más que hacer silencio y adorar.
 
Y esto se produce en el bautismo del Señor, con el que inaugura nuestro bautismo. Por ello, cuando ejercemos el ministerio bautizando, tenemos que hacerlo con temor y temblor; estamos tocando el misterio, ya que "él nos bautiza con Espíritu Santo y fuego" (Mt 3,11).
 
Nosotros, los cristianos, somos presencia del Señor. El Señor se identifica con nosotros los bautizados. Es lo que experimentó San Pablo cuando iba camino de Damasco a detener a los seguidores del Camino. El Señor le hace caer de donde estaba, y cuando pregunta: ¿Quién eres, Señor? Le responde: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (Hech 9, 5). Los cristianos, hacemos presente al Señor, pues Él se identifica con nosotros. Por ello, la síntesis que presenta San Pedro (Hech 10, 38), refiriéndose a Jesús, la tenemos que referir a nosotros: "Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo"; eso es lo que somos nosotros, pues en el bautismo se nos ha ungido con la fuerza del Espíritu Santo; "Pasó haciendo el bien"; es lo que se tendría que decir de cada uno de nosotros, que pasamos la vida haciendo el bien a todos; "Curando a los oprimidos por el diablo"; nuestra vida tiene sentido cuando ayudamos a tantos hermanos a liberarse de cualquier opresión personal o social que tengan. Y todo esto lo hacemos con un convencimiento: "Porque Dios estaba con él", porque Dios está siempre con nosotros. No estamos solos, el Señor está y estará con nosotros, como bien afirma el último versículo de San Mateo: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos".