Estudio de Evangelio. Agustín Sánchez Pérez, diócesis de Canarias
25 diciembre 2022. Juan 1, 1-18
Hoy estamos celebrando el Nacimiento del Señor. Un día en la historia, Dios se puso a caminar con nosotros, se hizo uno de nosotros. Por eso, así como los pastores "fueron corriendo y encontraron a María y a José , y al niño acostado en el pesebre" (Lc 2, 16), nosotros deseamos también contemplar a este Niño en el pesebre. Así nos lo narra el evangelio de Lucas y también Mateo. Realmente, el nacimiento del Señor es expresión de la Novedad de Dios, de la Sorpresa de Dios que siempre nos sorprende y nos coge desprevenidos; Dios actúa de la forma que menos esperamos, y su encarnación es expresión de esta sorpresa de Dios.
El texto que nos ofrece la liturgia de la misa del día de Navidad, es del evangelio de Juan. Y Juan no nos cuenta directamente lo ocurrido en Belén, sino que, con su visión de creyente, como un águila, entra de lleno en el misterio de aquel Niño nacido. El autor del Prólogo, quiere dar razón de la identidad de aquél que había predicado por los caminos de Israel y había llenado de gozo el corazón de su pueblo, aquél que padeció el martirio de la cruz, aquél que venció a la muerte resucitando y regalándonos la vida.
Por eso, desde lo más profundo de su fe, relaciona lo ocurrido en Belén y lo que ha vivido en estos años, con la afirmación de fe con la que empieza la Escritura: "En el principio creó Dios el cielo y la tierra" (Gn 1, 1). Así afirma sin dudarlo: "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1, 1). Y sigue afirmando que "por medio de Él se hizo todo", "en Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres".
Y de forma majestuosa y profunda nos narra el camino de aquel Niño nacido en Belén. Así afirma que Juan vino a anunciarlo, consciente de que el Bautista "no era él la luz, sino testigo de la luz". Y narra el drama vivido por aquel Niño: "Vino a su casa y los suyos no lo recibieron". Más, este Niño tiene una misión: "A cuantos lo recibieron les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre".
Y llega a la afirmación basilar de lo que está narrando y que da sentido a todo: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (1,14). Y lo está afirmando un testigo: "Y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad". Esto supone toda una experiencia de encuentro con el Señor; y este testigo podrá afirmar, casi de forma idéntica: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida; pues la Vida se hizo visible y nosotros hemos visto, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó" (1 Jn 1,1-2).
Termina afirmando este testigo: "De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia... La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo".
Realmente, esta Palabra de Dios, tendríamos que leerla, escucharla, con el corazón de rodillas. Porque expresa lo fundamental de nuestra fe: que Dios, que el mismo Hijo de Dios, un día se puso a caminar a nuestro lado, se encarnó, tomó nuestra carne y se hizo hombre. Es como una nueva creación. Por eso, el evangelista necesita entroncar con el relato de la creación: "al principio..." Pues él afirma que en ese principio ya existía la Palabra, el Verbo, y este Verbo era Dios. Y, como nos transmite el Apóstol Pablo, "no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres..." (Flp 2, 6-7). Y "en esta etapa final, Dios nos ha hablado por el Hijo, reflejo de su gloria e impronta de su ser" (Heb 1, 2-3).
Por todo ello, celebrar la Navidad, como hacemos en estos días, para el creyente, es ir a lo más profundo del misterio: Dios se ha hecho hombre, uno de nosotros, y se ha puesto a caminar con nosotros. Desde ese misterio, se ilumina todo lo demás: nosotros nos convertimos en testigos de la Luz, pues no hacemos otra cosa que testimoniar la Luz, que es el Señor. Igualmente, debemos sentirnos invitados a acoger por la fe a aquel Niño que nació en Belén y, como los pastores, testimoniar su presencia "dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto" (Lc 2, 20). Y así nos convertimos en "mensajero que anuncia la paz" (Is 52, 7).
¿Qué consecuencias podemos sacar para nuestra vida?
Por un lado, vivir la Navidad en su profundidad, sin dejarnos arrastrar por las luces que nos impiden ver la Luz, de decir, el Hijo de Dios se ha hecho hombre; y eso es lo que hay que celebrar, sin dar importancia a cosas que no sean acoger al Señor que ha venido y que viene.
Igualmente, el Verbo de Dios, que existía desde el principio, se ha manifestado a los que muestran tener un corazón de pobre: la Virgen María, José, el justo, los pastores, los Magos, y todos aquellos capaces de acogerlo sin más.
Esta sociedad en que vivimos, donde cada vez más manifiesta que es "la sociedad del descarte", como nos recuerda el Papa Francisco, tiene que cambiar: la inmigración que se acumula en nuestras puertas, las guerras que muestran la dureza del corazón humano, el empobrecimiento cada vez mayor de tantas familias... El Prólogo de San Juan nos recuerda que el Verbo "vino a su casa y los suyos no lo recibieron". Cada vez que rechazamos a un hermano, a una hermana, estamos rechazando al Verbo que vino a nosotros (cf. Mt 25, 31-46).
Vivamos esta Navidad, como la Primera Navidad, con ojos de pobres y con el asombro por la Novedad que es Dios, por la Sorpresa que es el Señor, que siempre nos coge desprevenidos. Y contemplemos desde el silencio del corazón.