Estudio de Evangelio. Carmen Robledano Fernández . IFP, Madrid
El evangelio de este domingo nos muestra una parábola que Jesús dirige, en especial, a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás.
23 octubre 2022. Lc 18, 9-14
Los protagonistas son un fariseo y un publicano que acuden al templo a orar. El tema de la parábola es la oración y las diferentes actitudes ante Dios.
El fariseo expresa una actitud de orgullo, de soberbia. Se siente superior a los demás y los desprecia, se compara ante Dios con los otros con altanería y se alegra de no ser pecador como ellos: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres...ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo”. Se siente justificado por sus obras, no necesita de la gracia de Dios, pues, cree ganar la salvación con su propio esfuerzo. Es un tanto narcisista su actitud.
El publicano reconoce que es pecador y expresa su arrepentimiento y su petición de perdón. Se apoya en Dios y no en sus propias obras. No es altanero, ni siquiera se atreve a levantar los ojos al cielo pidiendo la compasión de Dios. Siente su propia indignidad para estar ante la presencia de Dios y suplica humildemente: “Dios mío, ten compasión de mí que soy un pecador”. No se enorgullece de sí mismo y es humilde ante Dios y le pide su compasión.
Ante estas dos actitudes Jesús pronuncia el juicio divino a sus oyentes. El fariseo no se va de la oración reconciliado con Dios y el publicano sí. No reconoce al fariseo como un ser justo, a pesar de los méritos que él mismo se atribuye ante Dios. Sin embargo, el publicano queda reconciliado con Dios, es humilde y se abandona a la misericordia de Dios. Por ello obtiene el perdón de Dios.
Realmente Dios derriba del trono a los soberbios y eleva a los humildes: “Porque el que se ensalza quedará humillado y el que se humilla quedará ensalzado”, termina diciendo Jesús al final de su enseñanza.
El Señor, hoy nos llama a la humildad que es la actitud que muestra que somos criaturas, frágiles y necesitadas de su compasión y de su amor. Humildad para sentir que todo es gracia, pues todo lo hemos recibido de Dios y por ello con San Pablo diremos: “el que se glorié que se gloríe en el Señor”. Sólo en Él encontramos la salvación.