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Domingo 28º T.O. - C_2022

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Estudio de Evangelio. Carmen Robledano Fernández. IFP, Madrid

 

9 octubre 2022. Lc 17,11-19

 

 Como en el texto del domingo anterior, el evangelio de Lucas trata de describir los rasgos del auténtico creyente. En ese texto contemplábamos cómo la fe es un don de Dios que se expresa en la confianza plena de que para Dios nada hay imposible y, en la humildad para acoger ese don, tomando conciencia de la fuerza que tiene la fe para dar testimonio evangélico.
 
En el texto de este domingo Lucas pone de relieve que quien recibe el don de Dios debe ser agradecido. Lo hace a partir del relato de la curación de Jesús a 10 leprosos.
 
Jesús va camino de Jerusalén y pasaba por los confines entre Samaria y Galilea, en este contexto salen a su encuentro diez hombres leprosos que se paran a distancia y gritan a Jesús llamándolo Maestro y apelando a su compasión.
 
Jesús responde al verlos, no se hace de rogar y les da una orden: “Id y presentaros a los sacerdotes”, puesto que el hecho de padecer lepra los lleva a vivir marginados de la sociedad para evitar contagios. Jesús con esa orden manifiesta su respeto por las normas que ayudan a la reinserción de estos hombres (la ley de Israel mandaba que los leprosos el día que estuvieran curados tenían que presentarse ante un sacerdote para que éste comprobara su curación y les permitiera reintegrarse en la vida normal, pudiendo participar en las celebraciones del culto –Lv 14-)
 
Los leprosos obedecen la orden de Jesús y se ponen en camino, confían en la palabra de Jesús. En el camino quedan curados y se manifiesta así el poder de la palabra salvadora de Jesús como ocurrió con el siervo del Centurión que también fue curado por la sola palabra, sin entrar en contacto con él.
 
En la curación de estos leprosos se pone de manifiesto el poder y la misericordia de Dios que actúa a través de Jesús.
 
Los diez han sido beneficiados por la palabra de Jesús y no sienten la necesidad de agradecerlo. Sólo uno que no es judío, que es un extranjero, es quien se vuelve agradecido glorificando a Dios en alta voz. Se postra a los pies de Jesús y le da gracias. El texto subraya que este hombre era un samaritano.
 
El samaritano no era considerado perteneciente al pueblo escogido por Dios por los judíos. Los representantes de la religión judía habían olvidado que la elección que Dios hizo a Abraham era para que fuese bendición para todos los pueblos: “Por ti serán bendecidas todas las naciones”. Y esta actitud de los judíos es contraria a la misión de Jesús que ha venido para reunir en un solo pueblo a todos los hombres.
 
El reproche de Jesús cuestionando por qué los otros nueve no han sido capaces de volver a dar gloria a Dios indica su decepción y su pesar como cuando se lamenta ante la ciudad de Jerusalén: “Jerusalén,Jerusalén la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados ¡cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas y no habéis querido”(Lc 13,34). En contraste, un samaritano, que no se siente pueblo elegido, sabe reconocer el don de Dios, su misericordia y bondad que ha actuado en él y vuelve gritando, glorificando a Dios y postrándose ante Jesús.
 
Jesús sabe reconocer en él su fe y le dice: “levántate, tu fe te ha salvado”.
 
Jesús muestra así que el camino de la salvación está abierto a todos, incluso a los excluidos de Israel. Sólo la fe es la que salva.
 
Este evangelio es también una invitación a escuchar los gritos de los que piden compasión, de los excluidos y humillados de nuestro tiempo y nos invita a ser testigos en medio de ellos del amor compasivo de Jesucristo que libera.