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Domingo 24º T.O. - C_2022

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Estudio de Evangelio. Manolo Rodicio Pozo, diócesis de Ourense

Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta

 

11 Septiembre 2022. Lc 15, 1-32.

 

Este Domingo la Liturgia nos presenta uno de los textos más paradigmáticos del Evangelio lucano. Más aún de todo el Evangelio. Jesucristo nos presenta el rostro misericordioso de Dios. Dios es misericordia.

 

Es sintomático el inicio: “Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos»”.

 

Los publicanos y pecadores buscan a Jesús, quieren escucharlo, estar con Él, aprender de Él. Y eso no podía ser. Una persona de bien no vive en medio de gente mala. No pierde el tiempo con ellos.

 

Peor aún: ¡come con ellos! Comer con alguien en aquella cultura tenía unas connotaciones especiales. No se puede comer con cualquiera. Los egipcios no comen con los hebreos (Gén 43,32). Impensable con gentiles y pecadores. Para entender esto es bueno nos puede ayudar escuchar a san Pablo que dice a los Corintios: "No os mezcléis con ninguno que, llevando el nombre de hermano, sea fornicario, avaro, idólatra, maldiciente, borracho o ladrón; con éstos, ni comer" (1 Cor 5,11). Y todo ello no por motivos arbitrarios, sino porque una comida es símbolo de amistad, de comunión, expresión de nuestros sentimientos interiores.

 

Y, sin embargo, Jesús acoge a los pecadores y come con ellos. Una actitud absolutamente transgresora.  A los malos los apartados él los acoge, convive con ellos, come con ellos, se declara de su misma condición. Nadie absolutamente nadie estamos lejos de Dios porque Él no reniega de nadie. Dios nos quiere como somos. Dios nos tiende su mano. Dios no nos deja en nuestra miseria.

 

Para mostrar esta actitud Jesús cuenta tres historias. Las tres tienen la misma estructura.

 

La primera habla del Pastor que tiene cien ovejas y, cuando pierde una, deja las noventa y nueve se va por la oveja perdida. Y al llegar reúne a los amigos y les dice: “«¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido». Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.

 

La segunda parábola es de la misma especie y tiene los mismos componentes. Una mujer que tenía diez monedas y pierde una. El final es idéntico al de la primera parábola. La enseñanza es clara. Al señor le importamos cada una de las personas tal como somos y es capaz de dejar a todos los que están bien, por buscar esa una perdida: oveja, moneda, persona…

 

Pero sobre todo esta dimensión misericordiosa de Dios aparece en la tercera y conocidísima parábola del Padre bueno y el hijo pródigo. Ese hijo que se aleja de casa, que busca vivir “su” vida, que ignora el sufrimiento que eso produce al padre y a todos los que lo rodean, que sólo piensa en sí mismo…. Y, sin embargo, no encuentra la felicidad allí donde la busca. Peor aún, cae en la más absoluta soledad y desgracia, por eso se plantea el retorno para buscar recuperar algo de lo que ha perdido. Y resulta que el buen padre ya le esperaba. “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio”. Y al padre “se le conmovieron las entrañas”, como se le conmueve a una madre al sentir en su interior al hijo amado.

 

Lo que sigue es de sobra conocido: “se le echó al cuello y lo cubrió de besos… dijo a sus criados: «Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado»”

 

Dios nos ama incondicionalmente. El amor de Dios es absolutamente radical va a la raíz misma. Para él no hay pequeño ni olvidado.

 

Finalmente en este Evangelio nos queda algo más.... es la figura del hijo mayor el que había quedado en casa. Éste se muestra con un corazón duro. Es muy sintomático el diálogo con el padre. Ante el reproche de “ese hijo tuyo”, el padre contesta en una clave diferente: “ese hermano tuyo”.

 

Esta es la lógica de Dios. Un Dios de absoluto amor que no reprocha que simplemente abraza, quiere, perdona acoge sin condición.

 

Preguntémonos si nosotros nos dejamos abrazar, querer, amar por ese Dios. ¿Cómo respondemos al amor misericordioso? Otra dimensión que tendríamos que examinar es si somos capaces de actuar con los demás como Dios actúa conmigo, perdonando sin condición. ¿Soy capaz de alegrarme de que el otro o la otra se vuelva de su mal camino o, más bien, me parezco al hijo mayor exigente, duro

 

Terminemos con una oración: Dios Padre Bueno que de diversas maneras te has manifestado a nosotros con un amor entrañable, con un amor materno, gracias por quererme tanto, por acogerme. Gracias por buscarme, por esperarme detrás de cada esquina a que yo vuelva a ti. Hoy te pido un corazón como el tuyo que hace fiesta en cada retorno, en cada perdón pedido u ofrecido. Te pido la gracia de parecerme a ti, de saberme acercar a los pecadores y publicanos de hoy como tú lo haces. Que sepa ser su amigo como tú...