Estudio de Evangelio de Hch 5,27b-32.40b-41 y Ap 5,11-14 en clave sinodal. Jesús Andrés Vicente, diócesis de Burgos.
Ser testigos hacia dentro y hacia afuera. Una Iglesia en alabanza
Ser testigos hacia dentro y hacia afuera
Estamos en los primeros pasos de la vida de la Iglesia. El autor de los Hechos ya no nos habla sólo de Pedro y Juan en particular sino de “Pedro y los apóstoles” en general. El núcleo apostólico se va ampliando. “Seréis mis testigos”, les había dicho el Señor. Es un testimonio colectivo. En primer lugar, son testigos hacia adentro de la propia comunidad de bautizados. De los apóstoles han recibido la predicación del kerigma, que es un mensaje breve y claro, pero vigoroso (un microrelato del centro de la fe, el Misterio Pascual de la muerte y resurrección de Jesús) para un “primer anuncio” con la fuerza del Espíritu.
“El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados” (Hch 5,30-31).
Junto con la enseñanza apostólica, las comunidades se constituyen por la fracción del Pan, la oración en común y la koinonia o comunión de vida
“Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón” (Hch 2,42-46).
La comunión asidua en estas prácticas hace fuerte a las comunidades. Les da su identidad y su unidad interna. Una vida nueva que no se puede guardar oculta bajo el celemín. Tienen que dar testimonio hacia afuera, dirigido a todos los estamentos de la sociedad y a cada persona en particular. No es un acto de propaganda sino un testimonio del Espíritu Santo y nosotros. Su repercusión en las gentes es doble: admiración del pueblo y persecución por parte de los jefes (castigos físicos, cárceles, juicios, prohibiciones, control…).
- Obedecer a Dios antes que a los hombres. No se puede obedecer a aquellos que han desobedecido a Dios condenando y ajusticiando al Nazareno. Aunque hayan embaucado a las turbas para pedir la muerte de Jesús, han perdido toda su autoridad delante de los apóstoles y los creyentes. Éstos no buscan arrebatar el poder para remplazar a los indignos. La obediencia a la que se refieren les lleva a vivir y actuar en un espíritu de sometimiento y humildad mutuos, como lo hiciera el Maestro. Todo lo contrario a un espíritu de imposición y prepotencia, propio de la mundanidad.
«Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por la multitud» (Mc 10,42-45).
El espíritu de sometimiento mutuo y de servicio fraterno resaltará más tarde en la minoridad, signo distintivo de los franciscanos. Hacerse pequeños para que crezcan los demás. Este es el modo de caminar juntos en la Iglesia sinodal: los pobres, los ignorantes y los pecadores han de ir por delante marcando el paso.
“Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: "Cédele el puesto a este". Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba". Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».
Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos» (Lc 14,7-14).
Una iglesia que invita a los pobres al banquete mesiánico será una iglesia sinodal, de iguales que se igualan por abajo.
- La Iglesia sinodal no se limita a observar unas reglas para mantener la unión interna. El “camino común” se prolonga más allá de las fronteras de la Iglesia reunida. Pero también es verdad que malamente podemos abrir la Iglesia a los demás si nuestra fe en Jesucristo no está bien firme y contrastada en la práctica. El testimonio interno y el externo se necesitan mutuamente.
Una Iglesia en alabanza
En la lectura del Apocalipsis asistimos a una liturgia celestial de alabanza en honor del Cordero degollado. Cristo es el prototipo de quien ha sufrido la persecución y la muerte por los pecados de la humanidad. El Siervo/Cordero ha sido exaltado como jefe y salvador en su resurrección. Es el Último que se ha convertido en Primero.
- Las etapas martiriales de la historia de la Iglesia no terminan en un ajuste de cuentas con sus enemigos sino en la gloria y alabanza al Señor que nos ha dado la fuerza para resistir. Son etapas de purificación y superación siguiendo al Cordero en su mansedumbre. De alguna manera, es lo que nos toca vivir a los cristianos en este momento. El desprecio y la insignificancia. Asumiéndolos por amor a Jesucristo y a la humanidad mostramos al mundo el poder transformador de la Cruz.