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Domingo 1º Adviento - B

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Estudio de Evangelio. José Mª Huerva Mateo

Velar es abrir los ojos de la fe a los resplandores de la aurora que anuncian al “sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por los caminos de la luz y de la paz” (Lc 1,78-9)

 
29 noviembre 2020. San Marcos 13, 33‑37.
 
 “Dijo Jesús a sus discípulos:
—Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad! “
 
En estos cinco versículos de este fragmento evangélico, el Señor nos llama a la vigilancia, a estar en vela, a mantenernos despiertos. Por cinco veces se nos insiste en este tema. Se trata de mantener viva la esperanza, ésta “no defrauda porque el amor de Dios se infunde en nuestro corazón por el don del Espíritu Santo” (Rm 5,5); ella, nos mantiene firmes en la fe ante el desconocimiento de la hora definitiva de su venida. Lo rezamos en cada Eucaristía antes la comunión cuando le pedimos al Padre que nos libre de todos los males y de toda perturbación: “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo”. Esta es la clave de este tiempo de Adviento.
 
En la comparación del “hombre que se fue de viaje” (cf Mt 24,45-1; Lc 12,35-48) también resuena el eco de las parábolas de los talentos de Mateo y de las minas de Lucas, porque ante la no visibilidad del Maestro siempre existe el peligro de que los discípulos se duerman y se instalen en una realidad que es por definición transitoria, pasajera. Abundantes textos del N.T. nos lo recuerdan, tomemos como ejemplo uno que se nos propone con constancia en la Liturgia de las Horas del tiempo de Adviento: “Hermanos: daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando comenzamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima. Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz”. (Rm 13, 11-12).
 
Velar, estar vigilantes, nos es otra cosa que abrir constantemente los ojos de la fe para descubrir la presencia del Señor que viene a nosotros en los diversos acontecimientos de la vida (prefacio III de Adviento); abrir los ojos de la fe a los resplandores de la aurora que  anuncian al “sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por los caminos de la luz y de la paz”(Lc 1,78-9);
 acoger su presencia nos devuelve la alegría de la salvación y nos enriquece con los “mismos sentimientos de Cristo-Jesús” (Flp 2.1)
 
MENSAJE Y VIDA
 
1º.-Ante el peligro de instalarnos en la rutina de nuestros quehaceres diarios el Señor nos alerta a fundamentar nuestra esperanza en su venida definitiva, a anhelar y esperar “un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitara la justicia” (2P 3,13); esperanza y anhelos que nos hacen conscientes de nuestra realidad de peregrinos, llamados a transitar por esta vida ligeros de equipaje como mensajeros del Reino (cf Lc 10, 4); pertrechados únicamente con las armas de la fe y  el poder de Dios que se manifiesta con más claridad cuando reconocemos con humildad nuestra propia  pequeñez y debilidad para este empeño (cf 2Cor 4,7).
 
2º.-No podemos pensar en la vigilancia como una tensión insoportable  que nos lleve a la esquizofrenia; mantenernos vigilantes  es el ejercicio diario de oración humilde para mantener abiertos los ojos de la fe, como reza este himno litúrgico: ”Libra mis ojos de la muerte, dales la luz que es su destino…”; descubriendo así, la presencia invisible de Dios que viene  a nosotros en cada persona y todos los acontecimientos de nuestra vida; mantener este hábito de oración contemplativa en el estudio de su Palabra es vivir despiertos; experimentando en nuestra propia vida que esta presencia no es neutra, sino activa; es una presencia salvadora que viene a darnos en cada momento aquello que más necesitamos para vivir como hijos amados de Dios, discípulos y apóstoles; descubrir cómo nuestro interior se va ensanchando, aumentando nuestra capacidad receptiva. Si somos conscientes de esta realidad: Adviento puede ser toda nuestra vida.
 
3º.-Acogiendo la presencia invisible de Dios que viene a nuestras vidas y que nos transforma constantemente, somos capaces de mirar amar a nuestros semejantes y especialmente a los más necesitados como Dios los mira y los ama, sin temor a los peligros que comporta ir en busca “de la oveja perdida”; de salir a las periferias donde tantos hermanos nuestros yacen en las cunetas de la marginalidad y el desprecio.
 
4º.-Vigilar es estrenar cada día la nueva claridad que Dios nos regala para descubrir con alegría que la vida tiene sentido sólo si progresivamente se va asemejando a la de nuestro Maestro y Salvador; la que se desvive por el bien de los demás; que cada instante de nuestra existencia es el único y definitivo para hacer lo que el Señor nos pide amando sin medida; en definitiva: ser “porteros” fieles de la casa de Dios.
 
5º.-Esta lealtad con Dios, con nuestros hermanos y con nosotros mismos, que es la vigilancia cristiana, nos introduce en el misterio del Dios que viene a nuestro encuentro y nos capacita para vivir entregados a su voluntad como lo único necesario; es un pequeño anticipo del cielo aquí en la tierra que nos lleva a vivir como ganancia lo que el mundo considera pérdidas; desde esta vigilancia cristiana, podemos decir de corazón: “ven Señor, Jesús” y a mirar la muerte como el sacramento de nuestra entrega suprema, como el encuentro definitivo del amante con el Amado. San Agustín, en la carta que dirige a Proba, sobre cómo orar, insiste en que la oración mantenga vivo el deseo de la vida bienaventurada para que nuestra vida peregrina esté, toda ella,  ordenada a la voluntad de Dios y dice: “sin este deseo, nada nos aprovecha en esta vida”.
 
6º.- Teniendo en cuenta que todo lo dicho es un proceso inacabado; que se ha de realizar en el tiempo y de acuerdo con las cualidades que Dios nos ha dado a cada uno hasta que se manifieste definitivamente nuestro Salvador; bien vale la pena seguir intentándolo día tras día, entre avances y retrocesos, guiados por la luz de la fe, sostenidos por la alegre esperanza y arraigados en comunión amorosa con toda la Iglesia.
 
 
ORACIÓN
 
Señor: “tú me sondeas y me conoces” (Sal 138,1) y sabes cómo me cuesta ser obediente a tu Palabra; que muchas veces me duermo en el lecho de mis propios intereses y egoísmos; pero tú en vez dejarme en mis enredos y despistes “cada mañana me espabilas el oído” (Is 50,4 ) para comenzar de nuevo; te doy gracias por tu  presencia providente, porque día tras día puedo experimentar que: ”no duerme ni reposa el guardián de Israel” (Sal 120,3) y que tus cuidados conmigo reavivan mi esperanza.
 
José Mª Huerva Mateo
Diócesis de Barbastro-Monzón