Estudio de Evangelio. Fco Javier García Cadiñanos
Cuando estamos sumidos de lleno en una crisis con incierto desenlace, Jesús vuelve a acompañar nuestros pasos cansados para recordarnos lo esencial de su propuesta. Unas palabras que siguen vigentes y nos abren al futuro de Dios. Atrevámonos a acogerlas. En ellas hay vida y dicha para todos.
1 noviembre 2020. Mt 5, 1 - 12
Jesús se encuentra, según el autor del primer evangelio, en los inicios de su actividad pública. Tras el paso por el bautismo y la prueba de la tentación, Jesús comienza a hacer pública la llegada del Reino (4, 17), llama a los primeros discípulos y se lanza a la misión anunciadora y curadora.
Según Mateo, éste será el primero de los grandes discursos de Jesús. Es considerada la Carta magna del Proyecto del Reino. Y la Iglesia, en la Conmemoración de Todos los santos, nos lo regala. Pues, como dice el Papa Francisco, “Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santo y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas. Son como el carnet de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta: ¿Cómo se hace para llegar a ser buen cristiano?, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de la montaña” (GE 63)
Contemplando a Jesús
Jesús ve una gran multitud. Vienen de todos los lugares. Son gentes errantes, cansadas, con sed de dignidad. Jesús está atento a lo que sucede. Se está generando mucha expectación. Una masa enorme lo busca. Jesús no es indiferente a su alrededor. Traspasa con su mirada aquellas gentes anónimas que son imagen de su Padre y tienen derecho a ser alimentadas por el amor que el Padre materno les tiene.
Jesús entonces sube a la montaña. Según el autor, “al ver a la multitud, sube a la montaña”. Pareciera que en Jesús hay una intencionalidad de fondo en este gesto. Jesús no huye de la multitud. Jesús en esta ocasión, no va al encuentro de la multitud. Jesús, como nuevo Moisés, arrastra al pueblo a la montaña, lugar de la manifestación de Dios (Ex 19). Aunque en esta ocasión, no va a ver truenos ni nubes. Dios va a manifestarse en las palabras sorprendentes y provocadores de Jesús. En Jesús hay el deseo de llevar al pueblo al encuentro con ese Dios que quiere darse a conocer en palabras accesibles y en gestos misericordiosos.
Jesús se sienta. Su cátedra es la montaña. Va a hablar como nuevo Moisés, en nombre de ese Dios que tiene una palabra de cariño con su pueblo. No es la cátedra oficial de los escribas y fariseos en las sinagogas donde se vuelve una y otra vez sobre las normas y leyes. Es una vuelta al origen: La montaña santa donde el pueblo liberado recibe las tablas de la Alianza. En esta ocasión, es el nuevo pueblo convocado por Jesús para hacer un nuevo éxodo, el de salir de la esclavitud del cumplimiento y gustar de la libertad verdadera. Una libertad que pasa por aceptar la propuesta de felicidad que Dios ofrece a su pueblo. Una felicidad que no vendrá de la obediencia a normas y de conquistas humanas, sino de la promesa que activa actitudes y compromisos que alumbran el mundo nuevo que Dios ya está regalando a su pueblo.
Jesús toma la palabra e instruye a los discípulos. Es el momento de desvelar todo lo que el Padre la ha dado. En fidelidad a su Padre, Jesús anuncia la Buena Noticia. Y se dirige en particular a sus discípulos. Comienza su tarea formativa. Ellos van a ser los primeros depositarios del sueño de Dios para su pueblo. Porque como discípulos van a recibir las claves de la vida del Maestro. “En las bienaventuranzas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas” (GE 63)
Jesús invita a quienes viven en la pobreza, la aflicción, el despojo y el hambre y sed de justicia a hacer la experiencia del Reinado de Dios en sus vidas. De esta manera, les está anunciando que su Dios y nuestro Dios no los abandona a su suerte. Y si eso se acepta y se hace nuclear en la vida, entonces y sólo entonces serán dichosos al experimentar que Él se ha puesto de su parte. De manera que la pobreza material se convierte en pobreza de corazón, esto es, en apertura confiada al Padre materno Dios. Y la aflicción se transforma en consuelo capaz de dar sentido a todo sufrimiento y muerte. El despojado se transforma en heredero de la tierra nueva que va emergiendo con Jesús. Y los hambrientos y sedientos de justicia se convierten en motor de esperanza para el cambio que anhelan y desea el mismo Dios.
Jesús llama a quienes viven todo esto a ir haciendo posible esa Tierra Nueva que es el Reino de Dios desde cuatro compromisos que se convierten en camino de felicidad personal y social. La práctica de la misericordia y la compasión con aquellos que sufren, el empeño en una vida honrada y limpia al servicio de los olvidados, el trabajo artesanal de la paz y la reconciliación, la firmeza en medio de la persecución y descalificación que todo este programa va a provocar. Se trata de construir la vida desde los últimos empujados por un doble movimiento:
- la promesa de un Dios que será misericordioso con los misericordiosos, que se hará ver a los honrados, llamará hijos suyos a los pacificadores
- y el cumplimiento de que todos los que vivan desde estas claves son ya ciudadanos y agentes de un Reino ya presente aquí entre nosotros
Contemplando a los otros personajes
La multitud errante. Ha oído su fama que se extiende (4, 24). Cura a todo tipo de enfermos y endemoniados. Y esa masa ingente sufre. Están colonizados y expoliados. Se sienten abandonados de un Dios que les ha dado últimamente la espalda. Viven la angustia del peso de las muchas normas y la religiosidad del mérito y la pureza.
Los discípulos que se acercan. Acaban de ser llamados a pescar hombres. Son gentes de poca instrucción. Trabajadores del lago. Han hecho una apuesta fuerte por Jesús al abandonarlo todo por él. Se sienten atraídos. Hay algo que los cautiva. Tienen ganas de descubrirlo. Lo escuchan con atención.
Contemplando la vida
Patricia recibió en plena adolescencia una noticia que cambió su vida: un tumor se estaba comiendo su rodilla. Adiós a sueños y fantasías de pasarela. A partir de ahí, todo un carrusel de médicos, intervenciones, tratamientos, consultas… Los estudios, las relaciones, el ocio, la familia… todo se altera. En aquellos momentos difíciles, se ve en la alternativa: o dejarse llevar del fatalismo y arruinarse personalmente o ponerle cara al asunto y descubrir que hay vida más allá de la enfermedad. Los médicos, el acompañamiento en el hospital y la familia le ayudan a decidirse por la segunda opción. Tras un calvario de idas y venidas a Madrid, finalmente el tumor es vencido.
A partir de ahí, Patricia vive todo un verdadero renacimiento. Su movilidad queda reducida, tendrá que seguir vigilando la evolución del asunto. Pero nada de eso importa. Ella ha descubierto que está viva. Ha dejado atrás a muchas compañeras de habitación. Ha pasado muchas noches bañadas en lágrimas. Toda esa dura experiencia le ha hecho ser más consciente de esa vida que se le regala. Y todo ello, le ha convertido en una mujer más fuerte, con una sonrisa permanente en la cara que contagia, con una actitud propositiva ante cualquier dificultad, con unas ganas enormes de relación y compartir con otros jóvenes, con un estilo desenfadado capaz de asumir y reírse de sus propias limitaciones, con una sensibilidad desorbitada para captar y hacer suyo el sufrimiento de los jóvenes que acompaña, con una delicadeza y respeto exquisito ante cualquier disensión o conflicto, con una fortaleza incombustible para labrar ahora su futuro profesional…
En la JOC, Patricia ha ido descubriendo que Jesús la ha ido acompañando en cada momento de esa larga travesía y se ha convertido para ella, en compañero inseparable de vida. Y desde su experiencia pascual, Patricia experimenta día a día que Jesús nos llama a la felicidad. Por eso, aún en medio de la limitación, es capaz de salir de sí misma y desde el amor, proponer a otros jóvenes la aventura de construir un mundo diferente, desde la justicia y la solidaridad. Y no se arruga para sugerir a sus compañeras y amigas poner en marcha una cooperativa, o buscarle una alternativa menos consumista al viaje fin de curso, o montarse noches de sábado en las casas sin esclavizarse en los bares… Un reflejo de todas las bienaventuranzas se encarna en ella, gracias a ese estilo humilde, abierto y agradecido que nos regala día a día.
Llamadas, conversión y compromiso
Las Bienaventuranzas, verdadero corazón de la Buena Noticia de Jesús, deja muchas llamadas. En situación de pandemia y desolación, Jesús nos sigue proponiendo la felicidad de su amor fiel. Cuando se multiplican por la crisis del coronavirus los golpeados y expoliados, Jesús nos llama a salir a su encuentro para anunciarles que cuando la empresa, o la familia, o el banco les abandona… hay quien sigue estando de su lado. Cuando la economía trata de reactivarse desde los sectores más boyantes, Jesús nos recuerda que la verdadera salida para todos es la que incluye a todos, empezando por los últimos.
Personalmente siento la llamada a dejarme de nuevo enseñar por el Maestro y permitirle guiar mi vida sin pautarla tanto, blindándola a su novedad. Quizás el despojo pastoral que está suponiendo toda esta crisis de la pandemia me puede permitir dejar a un lado tantos montajes parroquiales alejados de las búsquedas profundas de las multitudes y de los empobrecidos. Acaso dejando de lado tantas actividades pueda centrarme en volver a escuchar al Maestro que me centra en el deseo de felicidad para todos nuestros hermanos. Para caminar con ellos y compartir sus lágrimas, desde la experiencia del inquebrantable amor que nos tiene y que nos abre a la confianza, saliendo de nuestras seguridades.
Las Bienaventuranzas son una invitación a convertir nuestro cristianismo gris. Desde la ocurrente imagen del papa Francisco: “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua” (EG 6), hasta ese pórtico de su exhortación sobre la santidad: “Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada” (GE 1).
En esta Conmemoración de todos los santos, podemos releer la programación del Prado general que en su página 15 nos dice: “Llegar a ser santos, ¿un deseo sincero? Escuchando a nuestro guía espiritual, nos responde con claridad: «Hoy más que nunca»! Sí, hoy más que nunca debemos reconocer que sólo el trabajo apostólico sin descanso «regenerará el mundo»; no será, pues, una nueva organización de la Iglesia o un retorno a la verdad doctrinal para las nuevas generaciones que se habrían alejado del buen camino. Nada de todo esto. El bien de los demás pasa en primer lugar por nuestro propio cambio. Es el verdadero programa de vida que hemos de escoger”.
En un mundo donde se caen las certezas y aprendemos, no sin dificultad a vivir en la incertidumbre, Jesús nos compromete a caminar en la promesa, fiados de su Palabra y de su firme Amor. Seremos consolados de tantas sangrías humanas en las fronteras, heredaremos la tierra después de tanto expolio a la madre naturaleza y a la dignidad robada con el crimen de la trata, seremos saciados tantos hambrientos y sedientos de techo, tierra y trabajo.
Y entre tanto, nos toca acompañar a nuestro pueblo para ir descubriendo con Él que el Reino les pertenece, que ya se hace presente en los reversos de la historia de manera sencilla pero creciente, que está desplegando toda su virtualidad en las vidas ocultas de tantos “santos de la puerta de al lado”: “los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo” (GE 7)
Fco. Javier García Cadiñanos. Diócesis de Burgos