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Domingo 30º T.O. - A

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Estudio de Evangelio. Fco Javier García Cadiñanos

En mundo complejo donde se multiplican las ofertas, en un mundo en pandemia donde se nos complica con multitud de normas, en una situación de cambio de época en la que andamos desconcertados, ¿qué es lo principal en la vida? Descubrámoslo juntos un domingo más de la mano de Jesús.

 

25 octubre 2020. Mt 22, 34 - 40

Jesús se encuentra en plena polémica con las autoridades religiosas y sus grupos de influencia. La escena sigue cargada de tensión, como la de domingos anteriores. La libertad de Jesús y la fidelidad al amor del Padre, serán las claves de su actuación.

 

Contemplando a Jesús

 

Jesús vuelve a ser el centro de preguntas incómodas. 613 eran los preceptos a observar por parte de los judíos. Todos y cada uno eran de obligado cumplimiento. De ahí la vida encorsetada en la que acababan secuestrados unos y excluídos la gran parte. La fidelidad al Dios de la Alianza se mostraba en tanto en cuanto se cumplía su voluntad. Una voluntad que se encargaban de controlar y administrar los poderes religiosos. Una voluntad que se había ido derivando hacia un control exhaustivo de todo tipo de actividades. Y que venían reguladas por cientos de normas que acabaron defendiendo los intereses y conciencias de los dirigentes religiosos.

 

Jesús es asaltado por una pregunta que era objeto de debate al interior de las grandes escuelas rabínicas: “¿cuál es el mandamiento principal de la ley?” (36). Una pregunta sobre la que no había respuestas claras. Unos sostenían la improcedencia de la pregunta argumentando que todas las normas tenían el mismo valor, otros se atrevían a distinguir los mandamientos grandes de los pequeños. Responder era exponerse a la confrontación. Significaba ponerse en la órbita de las críticas de los grandes grupos de influencia.

 

Jesús no duda, no se escabulle con otra contrapregunta. Jesús recita cada día la oración judía “Escucha Israel” de Dt 6,5. Su corazón está entregado por entero a quien lo ha enviado y lo sostiene. El amor a su Padre Dios ocupa el centro de todos sus afectos. Por ello, responde con naturalidad y libertad. Su corazón, su alma y su ser están puestos de lleno en Dios su Padre. Él es el señor de su vida, de sus decisiones, de sus opciones. De ahí su respuesta inequívoca y espontánea: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” (37)

 

Jesús muestra la pasión que lo mueve por dentro. No hay fisuras ni rincones escondidos. Es la totalidad de su vida la que está empeñada en este amor de Dios. La conciencia de ungido y consagrado (Lc 4, 18) aflora aquí. Jesús vive en exclusiva del amor de su Padre y para hacer su voluntad: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió” (Jn 4, 34)

 

Jesús sabe discernir. De entre la multitud de mandatos, sabe dónde está lo principal. No necesita escuchar las disputas de las distintas escuelas. Le basta guiarse por lo que desde niño ha aprendido a recitar y a hacer suyo en un ambiente humilde. Porque los pobres, que les toca gestionar las cosas imprescindibles de la vida, le han enseñado cuál es lo innegociable y fundamental: el amor a Dios.

 

Jesús se experimenta profundamente amado del Padre: “Tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco” (Lc 3, 22). Este es el núcleo fontal del ser de Jesús. Ha ido descubriendo a Dios como el que se manifiesta amando, el que no puede ser sino amando de manera incondicional y total. De ahí que su manera de responderle no será otra que participando de ese dinamismo de amor. Por eso sólo se concibe y entiende a sí mismo amando a Dios. Todo en Jesús se explica desde este dinamismo entrañable. En ese amor, Jesús descansa y es empujado. Desde ese amor, se explica su radical confianza agradecida e inexpugnable con el Padre.

 

Jesús es libre y arriesgado. Hasta la afirmación de la jerarquía principal del amor a Dios, no va a encontrar muchos oponentes. Lo que va a suponer toda una conmoción es lo que afirma a continuación: “El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”” (39). El amor al prójimo es puesto a la misma altura que el amor de Dios. Y no puede ser de otra manera en su experiencia personal. Porque si ama a Dios con todo lo que es, no puede dejar de amar aquellos que Dios ama siempre e incondicionalmente. El Dios que en Jesús sale de sí mismo al encuentro de la humanidad para amarla, le envuelve en esa misma salida y éxodo para amar por entero a la humanidad.

 

Jesús nos lleva así a la novedad que quiere compartirnos. A Dios no le importan sus honores y dignidades. No busca un amor en sí. Jesús nos revela que a Dios, como el mejor y mayor amante, sólo le importa el bien de sus amados. De ahí que corresponder a Dios es como Él, volcarse en la humanidad. Devolverle el amor a Dios es participar de su amor amando al prójimo. Salir de nosotros mismos para entregarnos a nuestros hermanos, haciéndonos próximos a ellos.

 

Jesús desarma la observancia de la ley. Los judíos piadosos y los cristianos observantes pueden (podemos) caer en la trampa de amar a los demás por nuestras buenas obras, incluso demostrar nuestro amor a Dios mediante nuestros actos religiosos. La trampa está en fundar nuestra vida en ser intachables, en ser cumplidores y perfectos. Estamos entonces pagados por nosotros mismos. Estamos llenos de nosotros mismos. La estima de Dios y la estima de los demás, está basada en nosotros. Es por nosotros, por nuestra imagen, por nuestro reconocimiento por el que acabamos haciendo el bien. No dejamos que nos penetre el amor de Dios ni amamos de verdad a nadie. El amor verdadero mira al que ama, se transciende en él. Así es en Dios Padre, así en es Jesús.

 

 

Contemplando a los otros personajes

 

Los fariseos se acercan a Jesús. Han oído hablar que ha enmudecido a los poderosos saduceos. Aquellos que acumulan bienes de espaldas al dolor de los que sufren. Aquellos que se arriman a los poderosos ignorando las vidas rotas de los últimos. Aquellos que se dan la gran vida ajenos a los que luchan por sobrevivir día a día. Porque para ellos todo empieza y termina aquí, sin una justicia divina que transcienda esta historia llena de inequidades. Su estatus privilegiado es una señal de la bendición divina. A ellos, Jesús les rebate que la vida futura y su condición pertenece a Dios y no es continuación de esta vida conocida. Y la razón clave es que este Dios con futuro de esperanza para los últimos, es Dios de vida, generador de vida y fuente de vida plena. Dios es vida sin límites para sus hijos a quienes quiere vivos por siempre en Él (Mt 22, 23 – 33). Jesús es el testigo fiel de esa vida verdadera que Dios Padre nos regala en el Hijo. Una vida que se gana al entregarla y perderla en favor de quienes menos vida tienen. Una vida alentada por el Amor que se desvive en el servicio a los últimos y que traspasa todo límite y toda muerte.

 

En esa pugna y rivalidad entre fariseos y saduceos, los primeros quieren mostrar su superioridad. Esta vez le llevan al terreno de la Ley, lo más sagrado para los judíos. En ella, Dios se ha manifestado. Le interpelan con una pregunta comprometida. Quieren ponerlo a prueba. Buscan que se defina entre las distintas interpretaciones y corrientes. Con su respuesta desean encontrar algo de qué poderlo acusar, algún atisbo de heterodoxia. Su intención no es saber ni discernir lo que Dios puede decirles a través suyo. Su único móvil es atraparlo y demostrar así que ellos son más hábiles que los saduceos y que su autoridad ante el pueblo es superior.

 

 

Contemplando la vida

 

Esta tarde ha fallecido el obispo de la Pastoral Obrera, Antonio Algora. La primera vez que lo vi, allá por los años 90, estaba detrás de una barra de bar en una residencia de El Escorial donde se hacían los encuentros generales. Era tras uno de los descansos entre ponencia y ponencia. La imagen me impactó. Repartía cafés y refrescos con una habilidad y simpatía de profesional. Nunca hubiera imaginado a un obispo haciendo de camarero. Y eso después de oír una y mil veces aquello de “el que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor” (Mt 20, 26 – 27).

 

Su vida desgastada en el acompañamiento a las Hermandades del Trabajo y a la Pastoral Obrera, entre otros servicios, es un regalo que manifiesta esa indivisible pasión por el Dios de Jesús y pasión por sus hijos empobrecidos. El mismo Amor en dos versiones. La del Pastor que nos hablaba con verbo fácil y gracejo de los entresijos del Padre, Hijo y Espíritu santo y al tiempo, se arremangaba para lavar vasos y poner tazas.

 

La vida de don Antonio no estuvo exenta de preguntas comprometidas. También le tocó debatir en el seno de la Conferencia episcopal y otros espacios, de la vigencia y actualidad del mundo obrero, de la prioridad en la lucha por la justicia. Y él siempre respondía con la misma imagen: “Los pobres no nacen como las setas, de manera espontánea, por causalidad. Son el resultado de un modo de organizar el trabajo cada día más precario”. Y añadía: “Y no olvidemos que son hijos de Dios, sus preferidos”.

 

Había una mística que animaba sus palabras y sus gestos: Dios ha asumido por amor la condición de esclavo en el Obrero de Nazaret. Los trabajadores del mundo, especialmente aquellos que están más golpeados, están llamados a conocer esta Buena Noticia. Tienen derecho a un Jesús que se ha secuestrado. Dios les ama en el Cristo Obrero, Dios les ama en aquellos que en el nombre de Jesús se entregan a dignificar sus condiciones de vida y empleo. La gloria de Dios es que sus hijos e hijas del mundo del trabajo vivan con dignidad.

 

Y entre las muchas labores y normas que ha de tener en cuenta un obispo, don Antonio expresó con su vida y sus opciones, la preferencia de una pastoral olvidada y relegada. Una pastoral que no aprendió en los libros, sino a base de escuchar y acompañar horas y horas a cientos de trabajadores y militantes con los que se reunió, comió, celebró, paseó, visitó… Y así, de manera sencilla y accesible, sacramentalizó el amor al Dios de Jesús en el amor a su pueblo trabajador. Bien se puede decir que fue “pastor con olor a oveja”.

 

 

Llamadas, conversión y compromiso

 

Llamada a la unidad de vida frente a dualismos. Se ha corrido el riesgo de presentar la vida del Espíritu en otro plano distinto de la vida real y cotidiana. Y hemos podido presentar un Dios, que poco tiene que ver con el evangelio, de manera parcelada. De suerte que sigue habiendo cristianos que lo de la religión está relegado para el domingo o para experiencias puntuales. Recuperar la unidad de vida en torno a la experiencia de ser amados incondicionalmente por Aquel que solo sabe amar, puede ayudar a dar solidez a la vida cristiana y a darle sentido ante nuestros contemporáneos. Esta experiencia nuclear resitúa todo lo que hasta ahora se ha podido presentar de manera desarticulada: la moral, el culto, la doctrina. Volver al núcleo de la fe, el kerygma, ayudará a renovar nuestro viejo cristianismo desgastado.

 

Conversión de una pastoral dispersa que sabe priorizar de manera profética y libre. Porque las parroquias se han ido convirtiendo, con el paso del tiempo, en espacios donde encontrar ofertas de todo tipo “a la carta”. Con el peligro de creerse de más calidad cuanto más se ampliaban las actividades. Jesús, desde la vivencia honda del amor al Padre que lo lanza al encuentro con los hermanos, nos ayuda a diferenciar y distinguir dónde nos estamos jugando el seguimiento y el testimonio del evangelio hoy. Jesús nos invita a cambiar nuestra oferta pastoral. Nuestras parroquias han de ser expertas en ayudar a hacer la experiencia del Dios que nos ama y que nos pone en salida al encuentro de nuestros vecinos. ¿Cómo sabemos priorizar de las muchas demandas y propuestas aquellas que conectan con lo nuclear de Jesús?

 

Compromiso a dejarse arrastrar por la corriente de amor que nos descentra y nos saca a las periferias. Porque hacerse expertos en un dios convertido en ídolo, es fácil y cómodo. Reducir y recluir a Dios en su cielo, mientras nos convertimos en sus delegados aquí en la tierra es empobrecer y pervertir el evangelio. Se trata de entrar en la experiencia de Jesús. Descubrirnos amados a pesar de lo que hacemos y vivimos, es la invitación de Jesús. Descubrirnos queridos más allá de los méritos y logros personales, es la propuesta que nos lanza el evangelio. Dejarnos alcanzar por el Amor inconcebible del Dios de Jesús. Eso, nos saca de nuestro yo y nuestros planes, de nuestras autoimágenes y proyectos. Aprender desde dentro que sólo el Amor gratuito de Dios basta. Un amor que nos descansa y nos inquieta, al mismo tiempo. Un amor que nos lanza más allá de nuestras orillas cómodas, para ir a los cruces de los caminos e invitar a otros a la Fiesta de la Vida plena. Los otros, se convierten así en el mejor termómetro para medir si el virus del amor está en mí. Para poder decir, como el profeta Casaldáliga “que nos presentamos ante ti, al final de la vida, con el corazón lleno de nombres”.

 

 

Fco. Javier García Cadiñanos. Diócesis de Burgos