Estudio de Evangelio. Manu de las Fuentes Calzada
“No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto” Rom 12,2
30 septiembre 2020. Mt 16, 21-27
1. Jesús desconcertante y Pedro (el discípulo) desconcertado.
No se puede achacar a Jesús que su mensaje sea desesperanzador pues es evidente el anuncio del triunfo definitivo (resurrección). Pero su modo de llegar a él, tras padecer mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y ser, finalmente, ejecutado, desconcierta, incluso, al discípulo aventajado que era Pedro y que había aprendido recientemente que la salvación del mundo pasaba por Jesús.
Cada uno de nosotros, y las personas con las que compartimos Iglesia, seguimos siendo “Pedro desconcertado”, discípulos inquietados por el futuro incierto de nuestras comunidades envejecidas, o por las consecuencias del covid-19 en personas cercanas, o por la asfixia de algún proyecto al servicio de los pobres…
Desde la atalaya incómoda del desconcierto por una realidad incontrolada, que parece frenar el avance el Reino, me detengo a contemplar a Jesús en la escena del evangelio: le “veo” habiendo interiorizado el plan de salvación del Padre, su itinerario y sus exigencias, buscando ante todo “el reinado de Dios y su justicia” (Mt 6,33); viviendo lo de cada día, sostenido por la confianza en el Padre que sustenta hasta las aves del cielo; dando continuidad a su encarnación arriesgada y respetuosa de la libertad humana; disponiéndose para la entrega sacrificada. Le doy tiempo a la contemplación de Jesús.
2. La osadía de Pedro, la respuesta de Jesús y el silencio de Pedro.
Pedro (yo) ha olvidado su condición de discípulo y trata de ayudar al Maestro corrigiéndole (“eso no puede pasarte”). Escucho con dolor las duras palabras de Jesús hacia Pedro (yo): quisiera taparme los oídos para no escucharle. Jesús le pone a Pedro en su sitio, detrás de él: nunca dejará de ser discípulo porque nunca llegará a conocer e interiorizar totalmente la voluntad del Padre. En la cruz aprenderá algo decisivo. Por el momento sólo puede callar. Seis días más tarde Jesús volverá a ocuparse de él, camino del Tabor, porque no ha dejado de contar con él para la única Misión.
Contemplo a Jesús queriendo a Pedro en la soledad, cada vez mayor, de su misión. Un amor crucificado que conduce a la cruz a los que ama, no sin antes prepararlos para ello. Escucho a Jesús su invitación exigente para que cargue con la cruz real y concreta que me cuesta digerir. Me lo dice porque me ama.
3. Un hecho de vida.
Mientras hago este estudio de evangelio, con la persiana medio cerrada para protegerme de un sol abrasador, uno de los trabajadores que ha desmontado el andamio de la casa de enfrente está limpiando con detalle los restos de suciedad que han quedado en la plaza. En la vida del pueblo Dios nos refuerza su llamada a seguirle con esmero y sacrificio.
- En el largo camino del abajamiento escucho la llamada a trabajar personalmente la aceptación de la realidad dolorosa en comunión con el crucificado.
- Le pido a Dios lucidez para darme cuenta de las veces que, como Pedro, soy piedra de tropiezo para otros al sugerir rotondas ante la cruz.
- ¿Respondo con la libertad de Jesús cuando otros son para mí piedras de tropiezo que me alejan de la cruz del seguimiento?
Manu de las Fuentes Calzada. Diócesis de Bilbao.