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La Asunción de la Virgen María

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Pauta para un estudio de Evangelio y anexo. Josep Maria Romaguera Bach

Estudio de Evangelio. Francesc Triay Vidal

El texto del evangelio de Lucas que estudiamos tiene dos partes: 1ª El encuentro y la felicitación de las dos madres (1, 39-45); 2ª La reacción de María: el Magníficat. En un primer momento parece poca la relación que puede tener este texto con la fiesta que celebramos: “La Asunción de María”. Veremos que no es así, pues esta narración parte de la noticia, que el Ángel da a María, del estado de buena esperanza de su parienta Isabel, la que era tenida por estéril, en el momento en que a ella le pide el consentimiento para ser Madre del Señor. Consentimiento libre que llevara su vida a la plenitud de la gloria.

 

15 de agosto de 2020, Asunción de la Virgen María al cielo. Lucas 1, 39-56

La primera parte de este texto (Lc 1, 39-45) nos narra el encuentro de María con Isabel en el que ésta alaba y se regocija a la vez que proclama a María como “la Madre de mi Señor” Con este encuentro acaba el aislamiento de Isabel (Lc 1, 24). Cuando el saludo de María llega a oídos de Isabel, el niño, que lleva en sus entrañas, da saltos en su vientre. En este momento, Isabel, llena del Espíritu Santo, entiende que María es la “Madre de su Señor”.

 

Es Dios quien revela a las dos madres su maternidad (cfr Lc 1, 36.41), de una a la otra. El saludo de María a Isabel lleva a ésta a una bendición y bienaventuranza de la otra: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el Fruto de tu seno” (Lc 1, 42) y “Feliz, tú, que has creído que se cumplirán las cosas que te fueron dichas de parte de Dios” (Lc 1, 45). (cfr Ev. de Lc. T. II pá. 133-149 de Joseph A Titzmyer).

 

En esta bienaventuranza se fundamenta toda la obra que Dios ha realizado en María, pues Dios llama y espera la respuesta libre y generosa de la persona llamada, creyente. Gracias, a esta respuesta, María es la Madre de Dios, siempre atenta a la vida de su Hijo. Vida que asume, muchas veces, con interrogantes y la lleva a momentos gozosos y, a otros, dolorosos, hasta que al final de sus días es asunta al cielo en cuerpo y alma.

 

La segunda parte (Lc 1, 46-55) es este precioso cántico que Lucas pone en boca de María y en el que ella alaba a Dios por ser su salvador, porque se ha fijado en la pequeñez de su esclava y, por esa mirada de Dios, todas las generaciones la dirán bienaventurada, pues Él ha realizado grandes cosas en Ella y, el nombre de Dios es santo y su misericordia alcanza a todos los que le temen.

 

En esta alabanza de María a Dios, desde su pequeñez, resuena la alabanza de aquella mujer de pueblo: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron” (Lc 11, 27), que Jesús parece corregir con estas otras palabras: “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 11, 28), que, en definitiva, es la gran alabanza de Jesús hacia su Madre, pues ella escuchó la Palabra y la aceptó en su seno y en ella se hizo carne para salvarnos a todos, incluso a ella misma.

 

También nosotros hemos de ser escuchantes de la Palabra para dar una respuesta creyente a la misma, de tal manera, que Jesús se encarne en nuestra vida y así, como hizo María, poderlo dar al mundo con nuestra vida y, como dice el Papa Francisco: “Si es necesario, de palabra”.

 

Que seamos almas sencillas que sepan reconocer la obra que Dios está realizando en nosotros con su llamada respetuosa y esperanzada a la que estamos invitados a dar una respuesta generosa para que la obra del Señor se vaya realizando entre los hombres y Dios sea alabado de generación en generación.

   

Francesc Triay Vidal. Diócesis de Menorca