Estudio de Evangelio. José Lozano Sánchez
Tenemos la gran necesidad de acercarnos al pesebre, de guardar todo lo que Dios nos ofrece a través de él, en nuestro corazón, como hizo María, y de elegir el pesebre como forma de vida, en la pobreza, la sencillez y la entrega total de nuestra persona. Sólo así podremos transformar nuestra vida, nuestras comunidades cristianas y la sociedad en la que vivimos.
Lc 2,16-21: Encontraron a María y a José y al niño. A los ocho días le pusieron por nombre Jesús.
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
Para encontrarnos con Jesús tenemos que ir al pesebre. ¿Y qué es el pesebre? El pesebre representa la pobreza más grande, la marginación, la exclusión… Jesús eligió el pesebre como estilo de vida, como aquello que lo liberaba de todas las ataduras del sistema de nuestra sociedad y le acercaba lo más posible a los más pobres de la humanidad. Siempre estuvo en el pesebre. Ahora y en todas las épocas existen y han existido muchos pesebres. Dios nos llama a ir a los pesebres de la humanidad, como llamó a los pastores, y también a elegir el pesebre como estilo de vida, como compromiso con los últimos de este mundo. Para librarnos de las esclavitudes de la sociedad en que vivimos y estar totalmente disponibles para cumplir la voluntad del Padre, como estuvo Jesús, hemos de acercarnos y elegir el pesebre. Cada comunidad cristiana ha de ir al pesebre y ser un pesebre para que nazca en ella el Hijo de Dios.
Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores.
Tanto la Palabra de Dios como la vida, con todas sus realidades y acontecimientos, nos hablan de la persona y la vida de Jesús. También, como los pastores, hemos de contar a todos, con entusiasmo, lo que hemos oído y hemos experimentado de la persona de Jesús. Podemos hablar de muchas cosas a la gente, podemos contar nuestras experiencias y otras muchas cosas de nuestra vida, pero lo más importante que hemos visto y oído es lo que sabemos de Jesús. Conocer y anunciar a Jesús es todo, y es lo que único que el mundo necesita para encontrar su felicidad y su paz. Y hemos de hacerlo de forma que todos queden admirados. Realmente si ofrecemos a Jesús con nuestra vida y nuestras palabras, lo aceptarán o no lo aceptarán, pero todos quedarán admirados.
Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
La vida y todo lo relacionado con la vida de Jesús, era como el alimento de María, lo que llenaba su vida. La madre alimentaba al hijo, pero sobre todo, era el hijo quien alimentaba a la madre. María es el referente y modelo de todo cristiano y de la Iglesia, y especialmente de aquellos que son llamados a consagrar su vida a la evangelización, que ha de ser: Entregar todo su tiempo y sus energías a conocer, amar y transmitir a otros lo que ha descubierto y experimentado de la persona y de la vida de Jesús. Hoy precisamente celebramos la fiesta de María Madre de Dios y madre de la Iglesia. Nuestra vida ha de ser estudiar la persona de Jesús a través de su Evangelio y de su presencia en la vida y acontecimientos de la historia, para poder ofrecerlo a nuestras comunidades y a la sociedad de la que formamos parte.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Los pastores eran personas limpias y sencillas de corazón. El encuentro con Jesús fue una gran experiencia de fe. Recibieron el anuncio del nacimiento con corazón abierto, y, con más apertura todavía, contemplaron a aquel niño recostado en el pesebre. Algo tan sencillo y tan falto de atractivos como un niño en un pesebre, fue para ellos la gran experiencia de su vida que la convertiría en agradecimiento y alabanza a Dios. Por lo que se ve, la vida de aquellos hombres tan sencillos quedó totalmente transformada.
Por lo que vemos en la relación que Jesús tuvo con las personas, cuando el encuentro con él se hace desde la fe y la apertura total del corazón, la vida de las personas queda totalmente transformada, de tal manera que no se puede ocultar, sino que se proclama a los cuatro vientos. Surge el interrogante de ver hasta qué punto nuestras celebraciones son verdaderos encuentros con la persona de Jesús.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Jesús nació en una familia y en un pueblo sometido a la Ley, pero no para dejarla como estaba, sino para llevarla a la plenitud en la vivencia del amor. Jesús no transformó la Ley desde fuera, viendo las limitaciones y cosas negativas que tenía, o elaborando bonitas teorías de lo que tenía que ser el Nuevo Pueblo de Dios, sino entrando en cuerpo y alma en esa realidad y comprometiendo toda la vida en su transformación. El nombre que recibió fue precisamente Jesús que significa “Dios salva”, para dejar bien claro que quien salva es Dios y la fe en él, no la Ley. Es imposible que podamos transformar una realidad, una comunidad y cualquier realidad humana, si no entramos en profundidad en esa realidad. Formaos parte de la Iglesia y de la sociedad no para acomodarnos a su configuración, sino para transformarlas desde nuestra fe en Jesús y la vivencia de su Evangelio.
No estaría mal, que en el comienzo de este año, planificáramos de forma seria y comprometida, nuestro Estudio de Evangelio, tal como lo entendemos en el Prado, y que, siguiendo el ejemplo de Antonio Chevrier, fuéramos al pesebre todo los días, y dejáramos que el recién nacido transformara nuestras vidas como transformó la vida de los pastores y la vida de Antonio.