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La Sagrada Familia - A

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Estudio de Evangelio. José Lozano Sánchez

La fuerza se realiza en la debilidad. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Nuestra misión no es plantarle cara a los poderes de este mundo, sino construir el Reino desde nuestra pequeñez y nuestra irrelevancia, a pesar del poderío y del dominio absoluto de las fuerzas de este mundo, en muchas ocasiones, en ambientes contrarios a la fe, apoyándonos siempre en la promesa de Jesús: yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo

 

Domingo, 29 de diciembre

Mt 2,13-15.19-23: Toma al niño y a su madre y huye a Egipto.

Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.» José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: «Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto.» Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño.» Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero, al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá. Y, avisado en sueños, se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas, que se llamaría Nazareno.

 

Al igual que Moisés, Jesús fue salvado de las manos del tirano que pretendía acabar con su vida. Y la matanza de los inocentes, nos recuerda el decreto del Faraón que ordenó la muerte de todos los niños hebreos arrojándolos en el Nilo. Como todos los enviados de Dios, Jesús fue perseguido desde su nacimiento y murió ajusticiado por los poderes de este mundo. Moisés liberó a Israel de la esclavitud de Egipto. Jesús es el nuevo Moisés que, a través de un nuevo Éxodo, asumiendo el exilio y la persecución, llevará a su pueblo, y a toda la humanidad, a una nueva y definitiva liberación, dando lugar al Nuevo Pueblo de Dios y al Reino de Dios en este mundo. En Moisés aparece la debilidad de una persona que no contaba con ningún apoyo humano para presentarse ante el Faraón. Confiaba en la promesa de Yahveh que le dijo: “Yo estaré contigo…” Ex 3,12. También Jesús nos recuerda a José que, que por la envidia de sus hermanos fue vendido a unos mercaderes y llevado a Egipto, donde el pueblo de Dios se multiplicaría por su mediación y después saldría de allí para entrar en la tierra prometida.

 

Esta era la situación de la familia de Jesús, una familia de refugiados, excluida del terreno donde gobiernan los poderes de este mundo. Aleccionado por la persona y la vida de Jesús, y por su experiencia en su seguimiento cercano, Pablo afirmaría que la fuerza se realiza en la debilidad 2 Co 12, 9. El sentido común también nos dice que, a veces, una retirada a tiempo también es una victoria.

 

En este evangelio vemos la intervención de Dios en varios momentos, que no invita a hacer frente al mal con sus mismas armas, por la fuerza, o la influencia en los poderes de este mundo, sino a buscar una salida prudente, dentro de la debilidad, y que no siempre corresponde con los esquemas religiosos y culturales de la sociedad en la que vivía. La elección de José de retirarse a Nazaret de Galilea, sociedad paganizada, no correspondía con los esquemas de la Ley.

 

Esta es la situación actual de la familia que opta por escuchar la llamada de Dios y mostrarse disponible a seguir esa llamada para comprometerse en construir el Plan de Dios en este mundo. Ante el ambiente de laicismo y de posturas enfrentadas con la Iglesia, la familia cristiana, como la familia de Jesús, se encuentra en una situación de debilidad. No puede confiar, hipotecarse, ni hacerle la guerra a los poderes de este mundo. Dios no orienta a su familia a refugiarse en espacios religiosos tradicionales, como podía ser Jerusalén, sino a trasladarse a Egipto, al país más contrario a la fe del pueblo de Israel. Y a la vuelta no le ofrece la posibilidad de integrarse en el espacio donde “mejor” se vivía la fe del pueblo elegido, sino les indica que se retiren a Galilea, y dentro de Galilea, a Nazaret, un pueblo, desconocido, del que “difícilmente podía salir algo bueno” . La referencia para vivir la fe no era el ambiente religioso tradicional, sino la fe en la Palabra recibida, la confianza en el Dios de las promeses y la opción por vivir su y ponerla en práctica cada día.

 

A partir de la vida y de la familia de Jesús, surgen muchos interrogantes, ante la forma de vivir la fe cristiana de muchas de nuestras familias y de educar en la fe a los hijos. En muchas ocasiones, estas familias, optan por separar a los hijos del mundo, e introducirlos en ámbitos tradicionalmente católicos, desentendiéndose muchas veces de su formación en la fe, cuando sabemos que muchas veces salen rebotados de las prácticas religiosas y se alejan de la fe cristiana para siempre, todo lo más conservan un barniz de cultura cristiana, de tradiciones y de prácticas separadas de la fe, que no tienen que ver nada con la persona de Jesús y su evangelio. Esto no quiere decir que muchos jóvenes, en esos ámbitos, no lleguen a descubrir la fe auténtica. Educados en estos ambientes la mayoría de los jóvenes encajan perfectamente, en el sistema económico, político y cultural configurado, totalmente al margen del evangelio.

 

No negamos el derecho a que cada familia elija el tipo de educación que mejor vea para sus hijos. Lo que cuestionamos es que, la “educación católica” sea el mejor, o el único medio para la educación e iniciación en la fe. También tendríamos que pensar a fondo si el ambiente de nuestras parroquias, nuestras catequesis de comunión, de postcomunión y de confirmación, nuestras celebraciones de la Eucaristía, nuestras cofradías, y demás actividades religiosas que llevamos a cabo en nuestras comunidades cristianas (¿son comunidades?), si todo lo que hacemos ayuda a educar en la fe y a encontrase con la persona de Jesús. Sin caer en culpabilizarnos y en verlo todo de forma negativa, miremos lo frutos que están produciendo nuestras catequesis y todas y todas la acciones educativas que estamos realizando, después que los niños y los jóvenes han recibido los sacramentos. Un caso aparte serían los movimientos apostólicos que forman para el compromiso en la vida y para hacer presente la fe cristiana en la vida pública, sin querer decir que estos movimiento no tengan sus contradicciones y una gran necesidad de renovación y de cambio, como todas las realidades de la Iglesia.