Estudio de Evangelio. José Lozano Sánchez
Jesús se hizo pobre para enriquecernos a todos con su pobreza, y hacer presente entre nosotros el infinito amor del Padre. Al enviar a sus discípulos a anunciar el Evangelio, les dijo que no llevaran nada, que anunciaran la Buena Nueva desde la pobreza más grande. Sólo así podrían ser libres y manifestar el amor de Dios.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 1-14 En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»
Jesús elige ser pobre desde antes de nacer. Sus padres eran personas sencillas, trabajadores pobres, sometidos a todos los condicionamientos y exigencias sociales de la gente normal y corriente del pueblo llano. Para cumplir con la orden del censo, tuvieron que viajar del norte al sur del país. Por lo visto, no tenían familia en aquel pueblo, ni amistades que los acogieran, ni conocidos. Y como eran pobres, no pudieron conseguir que les dieran un espacio en la posada. Y tuvieron que ir a parar a un lugar donde había animales. Parece que los animales, en algunas circunstancias, acogen mejor que las personas y comparten sin problemas el lugar donde habitan. Esto nos recuerda a tantos y tantos inmigrantes que vienen a nuestro país y no tienen ni casa , ni trabajo, ni nadie que los acoja. O también a los desahuciados que de la noche a la mañana se quedan en la calle, o a las 42.000 personas que en España no tienen hogar y viven en la calle. Jesús eligió todas las situaciones extremas en las que puede vivir y estar el ser humano.
Allí nació Jesús y su madre lo colocó en un pesebre, que anunciaba el sepulcro donde sería colocado después de entregar su vida por nosotros. Nació fuera de la ciudad y murió fuera de la ciudad. Estaba en el mundo, pero no era del mundo. No pudo Jesús manifestar mayor libertad ante la organización y estructura del mundo. El que venía a anunciar la Buena Noticia a los pobres, a los excluidos por el sistema y la organización de la humanidad, no lo hizo desde otra situación y desde una vida distinta a la de aquellos que iba a evangelizar, sino compartiendo su misma vida, y, al parecer un poco más baja. Para liberar y enriquecer a la humanidad, no eligió la fuerza de la riqueza, del poder o la fama, sino la pobreza, la debilidad, y la irrelevancia, desde su nacimiento hasta su muerte.
En este espacio de la dureza y soledad del pesebre, y en la tristeza de vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, aparece la alegría y el esplendor de la Pascua cuando de pronto, se les apareció el Ángel del Señor a los pastores y la gloria del Señor los envolvió con su luz. «No temáis, porque os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Del sepulcro, signo de muerte y de hundimiento, surge la resurrección. Del pesebre expresión de marginación y de rechazo, surge la gloria de Dios que envuelve a todos con su luz.
Y los únicos a los que Dios llama para que sean testigos del nacimiento del Mesías, son los más pobres y de peor fama, que, libres de toda atadura, se mostraron disponibles para encontrarse y reconocer al Enviado de Dios. Su condición de gente humilde, los hacía abiertos para reconocer, en aquel niño colocado en el pesebre, la presencia del que tenía que venir, anunciado por los profetas. Vemos como Dios oculta estas cosas tan grande a los sabios y entendidos y las revela a la gente sencilla, como constataría el que había nacido en el pesebre.
Estas eran las señales para encontrarse con el Mesías: encontraréis a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» La debilidad de un niño, la soledad del establo y la pobreza extrema del pesebre, son las señales para descubrir al Hijo de Dios.
Desde su nacimiento, Jesús da un carácter sacramental-sagrado a la pobreza y a los pobres, como condiciones para descubrir su presencia y para encontrarnos con él. Es la pobreza y la humildad, manifestaciones del amor, algo inherente a la naturaleza del Dios en el que creemos y que se nos ha revelado en Jesús. Desde su nacimiento hasta su muerte, Jesús manifiesta el amor infinito de Dios. El amor no se puede manifestar en la prepotencia, el bienestar insolidario y autosuficiente, sino en la donación humilde y la cercanía más grande a aquellos a quienes se ama. Jesús, al manifestar el amor de Dios en su nacimiento, nos enseña a amar, como lo hará en la institución de la Eucaristía y en el lavatorio de los pies.
El nacimiento de Jesús, comprendido y vivido desde la fe, ha de transformar nuestras vidas y nuestras comunidades, como transformó la vida de Antonio Chevrier, y nos ha de hacer llegar a la conclusión que llegó él: La contemplación de Jesús en su nacimiento nos ha de encaminar a encontrar la felicidad en una vida pobre y humilde en todos los sentidos, convencidos de que “cuanto más pobre se es y más uno se humilla, más se glorifica a Dios, y más uno se hace útil al prójimo”. Para enriquecer a los demás, no hay otro camino que hacerse pobre.
A partir de la comprensión evangélica del nacimiento de Jesús, podríamos analizar y ver, no con espíritu negativita y despreciativo, sino movidos por el amor de Dios y con muchos deseos de ofrecer el Evangelio a todos, en qué ha quedado la Navidad en nuestro mundo occidental y cómo es utilizada para otros fines que no tienen nada que ver nada con el encuentro con el que viene a traernos la salvación.
- ¿Cómo el nacimiento de Jesús orienta mi vida y el mi compromiso evangelizador, en todos los sentidos?
- ¿Cómo acercar y ofrecer la Buena Noticia del Nacimiento de Jesús a los pobres y excluidos de nuestra sociedad y de toda la humanidad?
- ¿Cómo ayudar a vivir la alegría de la aparición de Jesús entre nosotros, a nuestras comunidades cristianas de las que formamos parte, y liberarlas de la falsa alegría, insolidaria y superficial, de la sociedad de consumo?
- ¿Cómo ayudar a descubrir el valor sagrado de la humildad y la pobreza, expresiones del amor, como camino de liberación y de felicidad en seguimiento cercano de Jesús?