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22 marzo 2020

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    22 de marzo de 2020

Hoy domingo me encuentro en la habitación, acomodada como pequeño despacho-oratorio, de mi casa alquilada como tantos vecinos y vecinas de Bellavista (Les Franqueses del Vallès). Se me agolpan tantas imágenes. Éstas no han sido confinadas por el coronavirus que está haciendo estragos entre los más vulnerables del mundo entero.

Desde hace días que ya hay infectados en un barrio que circula poco gente. En estos momentos me entra un mensaje de whatsapp en el móvil. Son días de mucha comunicación por las redes sociales. Es el agradecimiento de Meritxell, una militante de ACO y consiliaria del MIJAC, por el audio de la misa que he celebrado en la iglesia. Para Jesús, fijándose en el pequeño gesto de aquella mujer de Betania, no hay límites para que su Evangelio llegue a todos los rincones: “Os aseguro que en cualquier lugar del mundo donde se anuncie el evangelio, se hablará también de lo que ha hecho este mujer, y así será recordada.” (Marcos 14, 9)

Una imagen estremecedora me surge con una carga de tristeza y esperanza entrelazadas. Es la de Joan Cuadrench. Compañero y amigo cura de nuestra familia pradosiana que murió el viernes pasado por culpa de esta pandemia del Covid-19. Hace años que estuve con él en Llefià (Badalona) aprendiendo y compartiendo experiencias de sacerdote con los pies en la calle, en el piso que vivimos, en las salas de la parroquia, en la asociación de vecinos, en los módulos de la prisión… ¡Cuántas cosas vividas y agradecidas a este catalán de pura cepa! También hubo lugar a la ternura con un perro abandonado que, al final, lo acogimos como parte de la familia. Le llamamos Blanc. Aquí otras palabras evangélicas iluminan este espacio de memoria a flor de piel: “Jesús se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a sentirse muy triste y angustiado. Les dijo: “Siento en mi alma una tristeza de muerte. Quedaos aquí y permaneced despiertos conmigo.” Y adelantándose unos pasos, se inclinó hasta el suelo y oró, diciendo: “Padre mío, si es posible, líbrame de esta copa amarga: pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.” (Mateo 26, 37-39).

Ya son las 8 de la tarde y empiezan los vecinos y vecinas a tocar las palmas, las cazuelas, los platos… porque es el momento de recordarse de las personas que se están muriendo y de muchos hombres y mujeres que están luchando a pecho descubierto. Salgo al balcón para unirme a este concierto de solidaridad, empatía y compasión. Me siento partícipe. Nos saludamos y sonreímos a pesar de todo. Nos sentimos cómplices. Ahora que estamos a punto de celebrar la Semana Santa me vienen los vítores por Jesús que entra con un burrito a Jerusalén: “Entonces algunos fariseos que se hallaban entre la gente le dijeron: “Maestro, reprende a tus seguidores.” Pero Jesús les contestó: “Os digo que si estos callan, las piedras gritarán.” (Lucas 19, 39-40)

Cuando la noche se ha hecho presente, te pido, Amigo Jesús, que sigas expandiendo tu Amor en todas las rendijas del mundo entero, sin olvidarte de las de nuestra corazón, para combatir la verdadera causa de este virus: el egoísmo.

 

  

Pepe Baena Iniesta. Diócesis de Terrassa