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Domingo 8° T.O. -C

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Propuesta de José María Tortosa

 

SACAR LO MEJOR DE NOSOTROS MISMOS

 

Posiblemente, después de escuchar estas lecturas del día de hoy podamos decir, ¡menos mal! ya llegamos al final del sermón de la llanura que comenzamos a leer y escuchar hace unos domingos, porque sus palabras y exigencias son de una intensidad que nos cuesta seguirlo y ser todo lo coherentes que se nos está pidiendo.

Pero no creamos que hoy es menos exigente porque sea el final, sino que ya termina y remata lo que se ha empezado por eso de no dejar cosas a medias: “No elogies a nadie antes de oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba una persona” (Eclo 27,4-7), porque la palabra revela el corazón de la persona; y “de lo que rebosa el corazón habla la boca” (Lc 6,39-45). Así se cierra el discurso del Señor a sus discípulos y a la gente que le sigue por todos lados. No baja las exigencias, pero si ofrece una serie de criterios importantes para conducirse en la vida como discípulo suyo. Se vale para ello de comparaciones sacadas de la vida real, de la naturaleza, que es lo que la gente podía conocer.

Hace muchos años leí de F. Ulibarri un comentario a este evangelio y como me pareció muy sugerente y actual, voy a entresacar algunas ideas que pretenden hacernos caer en lo siguiente:

Ojo a la hipocresía y al orgullo religioso. Es esta una actitud que siempre ha criticado Jesús tanto en sus discípulos como en los dirigentes religiosos de su tiempo. No se puede decir una cosa y hacer otra, no se puede uno considerar mejor que otros ni pensar que uno ya está convertido del todo, sino que son la humildad, la sencillez y la autocrítica las que nos irán marcando el camino. De esto sabe muy bien la Iglesia porque a lo largo de su historia “la buena noticia del amor fue sustituida por la espada, el perdón por la inquisición y la censura, el amor a los pobres por las riquezas y el poder, el seguimiento del Señor por el culto, etc. Las consecuencias aún las estamos lamentando y pagando” (F. Ulibarri) y, parece que no es fácil salir de esta situación.

Sin cambio interior todo sigue igual. Por eso lo que sale del corazón es de lo que habla la boca. Es la llamada a dar lo mejor de nosotros mismos, sin engaños ni dobleces, siendo lo más genuinos posibles que para eso el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu que se nos ha dado. Se trata de vivir con alegría la oferta de felicidad que nos ofrece Jesús y saberla exponer a otros para que también la vivan.

“Un ciego no puede guiar a otro ciego” porque los dos pueden tropezar, sino que es necesario un cambio profundo de vida para poder ver de otra manera y poder ser un buen discípulo del Señor.

Los frutos: un criterio válido y no engañoso. “El auténtico cambio interior siempre busca formas para servir a la comunidad, a la sociedad; o sea, para dar frutos buenos, apetecibles y sabrosos… El cristianismo no es una religión espiritualista, de culto y sentimientos, sino fe viva, fe coherente aun en su debilidad, fe de obras, fe encarnada… Sólo una Iglesia solidaria con los necesitados, dadora de frutos de justicia y amor, sólo una Iglesia realmente comprometida con la causa de los pobres podrá resistir lo embites y contradicciones de la historia. De lo contrario quedará arrasada como esperanza de los pueblos; no será zona liberada del reino sino espejismo engañoso, casa construida sobre arena” (F. Ulibarri). San Pablo dirá a su comunidad de Corinto que se “entreguen siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor” (1Cor 15,54-58).

Y, por todo esto, “es bueno darte gracias, Señor” (Salmo 91).

 

José Mª Tortosa Alarcón. Presbítero en la Diócesis de Guadix-Baza


PREGUNTAS:

  1. ¿Por qué juzgamos mucho más duramente a los demás que a nosotros mismos?
  2. ¿Cuáles son los frutos que produce o debería producir en mí la vivencia de la fe?