TODOS NECESITAMOS DESCANSAR UN RATO
Soy de la opinión de que, en cada Eucaristía hacemos una carrera o un master, porque entramos a ella como discípulos y salimos como apóstoles. Es decir, cuando vamos a la Eucaristía lo hacemos para aprender del Maestro (discípulos), para hablarle a Dios de las personas, de las cosas que ocurren en el mundo. Cuando termina la Eucaristía, nos sentimos enviados por el Maestro (apóstoles) para ir al mundo y hablarles a las gentes del Dios de la vida que hemos descubierto hoy, en ese momento que ha durado la celebración y que, cada día, es diferente. Enviados para ser testigos de la buena noticia, de la compasión de Jesús, del milagro del compartir, de los signos del reino de Dios, de los brotes de solidaridad, de los milagros de Dios en las personas concretas. Jesús que te acepta tal y como eres, tal como has llegado, tal como estás, te envía a que mires a la gente como él lo haría y aportes signos de felicidad para todos.
También los Doce apóstoles que acaban de regresar de la misión y vienen contentos quieren contarle a Jesús los éxitos conseguidos. Algo muy natural y necesario expresar, porque al compartir nos vamos sintiendo parte de algo. También las personas, el pueblo, abandonado a su suerte, acuden a Jesús buscando su palabra, buscando su consuelo…
Y, nuevamente, nos sorprende con qué sencillez y con qué delicadeza recoge Jesús las necesidades humanas de sus discípulos para que su misión sea más eficaz; y las necesidades de la gente que se va encontrando por el camino. ¡Cuánto hemos de aprender de él! “Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco… vio una multitud y se compadeció de ella…” (Mc 6,30-34). Es que el Señor es nuestro pastor y nada nos puede faltar (Sal 22). Jesús quiere el bien y la felicidad de la gente y, en ocasiones, antepone el legítimo y necesario descanso a esa otra necesidad más prioritaria. ¡Es cuestión de prioridades, es cuestión de escala de valores! en lo que lo primero sea la misericordia y la compasión, pues todo lo demás vendrá por añadidura.
Jesús muestra un corazón misericordioso, unas entrañas de misericordia. Un corazón misericordioso es el que sintoniza con el necesitado y hace todo lo que está a su alcance para ayudarle. Sintonizar es fundamental, es decir, comprender la situación, sentirla como propia, actuar con el otro como uno quisiera que se actuara con él en caso de ser él el necesitado, evitando actuar desde arriba con superioridad paternalista o desde fuera con frialdad profesional. Es lo propio del Buen Pastor que conoce a sus ovejas y hace todo lo que es posible para ayudar al hermano en su situación débil, sin improvisaciones, tomándoselo en serio, viendo la mejor manera para anunciarle el Evangelio. Es lo propio de los miembros de la comunidad cristiana que, ejerciendo diferentes responsabilidades, todos tienen la misma dignidad y se merecen respeto y consideración, sin ser tratados despóticamente ni desentendiéndose de ellos (Jer 23,1-6).
Jesús que, con su muerte y resurrección ha abolido las divisiones, es nuestra paz y nos exige hacer lo mismo que él ha hecho (Ef 2,13-18): reunir, agrupar, crear pueblo donde todos nos sintamos responsables de todos y discípulos-apóstoles que viven su vida en constante encuentro con el Dios de la vida y con la vida de las personas, especialmente de las más vulnerables, pobres y marginadas con los mismos sentimientos de Cristo Jesús que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos a todos.
José Mª Tortosa Alarcón. Presbítero en la Diócesis de Guadix-Baza.
PREGUNTAS:
- ¿Qué opinión te merecen los “dirigentes de tu pueblo” (presbíteros, políticos, presidentes de asociaciones, etc.?
- ¿Cómo y cuándo puedo buscar momentos de soledad para estar con Jesús?
- ¿Qué acontecimientos y qué personas están reclamando mi presencia y mi testimonio de cristiano?